Fallece hoy en La Habana uno de los grandes profesionales de la fotografía en el cine cubano e iberoamericano: el maestro de generaciones Raúl Pérez Ureta.
Desde ELCINEESCORTAR lamentamos profundamente su partida, que consideramos como una pérdida irreparable para la cultura cubana. Fuimos grandes amigos, colegas y colaboradores, y nos profesábamos muchísimo respeto y admiración. Fue director de fotografía de algunos proyectos que dirigí y tuve el privilegio de ser el editor de varios filmes de largometraje que filmó.
Solo puedo afirmar que me siento profundamente devastado. Por eso, dejo a otro maestro, pero esta vez de la actuación, Luis Alberto García, sus hermosísimas palabras como merecido obituario para el amigo que se nos va.
Día que se hace noche.
De esos terribles.
Ha muerto el Maestro de La Luz Raúl Pérez Ureta, director de fotografía de muchos de los mejores filmes cubanos de todos los tiempos. Mano derecha y hermano de mil batallas de los directores Fernando Pérez, Daniel Díaz Torres y Gerardo Chijona.
Su corazón no pudo resistir los embates librados en quirófanos e ingresos durante estos últimos tiempos.
Desde los años noventa del pasado siglo, gracias a su inagotable talento y su sed de conocimientos -que le impulsaban a investigar y experimentar con ojos de adolescente enamorado de las imágenes en movimiento todo lo que puede hacerse con una cámara y la iluminación- se convirtió en referente de generaciones de cineastas cubanos y extranjeros.
Sus alumnos del Instituto Cubano de Cine y la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños bien pueden aseverarlo.
La suya no era una fotografía empeñada en ser hermosa por onanismo. Escarbaba dentro del guión y de su director para conseguir la belleza de cada toma sin traicionar la historia que debía ser contada. Sabía un mundo de actuación, asignatura pendiente de no pocos fotógrafos.
Por pura intuición detectaba, sin fallar, si el desempeño actoral del intérprete que su ojo veía a través del visor o el monitor, era el que la secuencia y el personaje demandaban. De ahí que también su opinión certera en los castings fuera altamente demandada por los directores.
Amigo y colaborador de principiantes que pudieron contar con sus servicios, porque fue un artista con vocación de riesgo. Fue por ello que pudimos tenerle en “Monte Rouge”, el cortometraje de Eduardo del Llano que dió inicio a la saga de Los cuentos de Nicanor, con una “camarita” no profesional que hoy mueve a risa.
Ahora mismo no podría decir a ciencia cierta cuántas películas nos unieron, cuántas veces su mirada cómplice aprobó o no las cosas que hice delante de su cámara, y me ataca ya el dolor de saber que no le tendré para consultarle.
Mi novia, su alumna casi hija, está desolada. No halla consuelo. Ni quiero que lo encuentre: su pena viene de la admiración ilimitada. Es su Director de Fotografía favorito.
En los últimos meses lo vinculamos a todos los proyectos que podían tenerle como lazarillo y consejero de las nuevas hornadas de cineastas. Ella insistía y le convencía acerca de la importancia de su magisterio. Y él accedió siempre.
Llegaba lento y con bastón, pero con el alma enhiesta y su mochila de sabiduría abierta para todos. Era también, aunque no filmara, una manera otra de seguir dando guerra y mantenerlo vital, útil, amado.
Las muchachas y muchachos que bebieron de él durante las jornadas del Varentierra de Wajiros Films, durante el último Festival de Cine de La Habana en diciembre de 2020, tuvieron ese regalo inmenso: que les hablara de sus proyectos desde el absoluto respeto y la humildad, y tan joven como ellos.
A Vilma, su novia de siempre, todo nuestro amor y apoyo.
Descanse en paz, MAESTRO.
¡Filmaremos otra vez!
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