Y tras un año en el que los escándalos por la falta de diversidad entre sus nominaciones hizo que, por primera vez en toda la historia de estos premios, no hubiera gala ni transmisión televisiva, regresaron los Golden Globes en su edición 80.
Una ceremonia medio caótica, demasiado larga y con pocos momentos de brillo, que a pesar de su maestro de ceremonias (Jerrod Carmichael) y los chistes que lanzó sobre ese dilema del 2022, dio en el blanco raras veces.
Si lo más notable de la extensa noche fue el discurso neurótico de Jennifer Coolidge, (triunfadora por The White Lotus) o las mandadas a callar que sufrió la pobre pianista que debió advertir a los premiados que sus discursos de agradecimiento a “mamá-papá-mimanager-y-hasta-a-la-comadrona-que-me-vio-nacer” ya debían concluir, puede tenerse una idea de lo poco que Hollywood aprendió durante ese año que vivimos sin los dichosos Globos, supuesta antesala de los premios Oscars.
Y eso es tal vez lo más preocupante.
La inocultable ebriedad de muchos de los premiados, el desentono de alguna broma del MC (que dijo que estaban en el mismo hotel que «había matado a Whitney Houston«) y el modo en que la televisión ha terminado por desplazar al cine del protagonismo que tenía en estas ceremonias, son acaso síntomas de estos tiempos postCovid, en el cual las agendas de corrección ponen en un pasado ya irrecuperable los chistes que Ricky Gervais, Amy Poehler y Tina Fey lanzaban desde el escenario de los Golden Globes hace no mucho tiempo.
La ausencia de varios de los premiados fue también notoria, y que series como The Crown, que solían arrasar en estas entregas se hayan ido con las manos vacías, también dan fe de un cambio de sensibilidad -y de menor calidad en sus temporadas-, que ya resulta inocultable.
Los Golden Globes reciclaron esta vez sin demasiada sorpresa muchos de sus lugares comunes.
Y cuando se anunció que la mejor serie del año era House of The Dragon (ni nominada estuvo la decepción que fue The Rings of Power) quedó al descubierto que, a pesar de lo conseguido por esa precuela de Game of Thrones, se optó por premiar un producto que regresa a fórmulas de éxito ya más que probadas, tal y como le ha sucedido al cine cada vez con mayor frecuencia.
Los premios entregados a Michelle Yeoh y a Cate Blanchett fueron justísimos, por la excelencia de sus actuaciones en Everything Everywhere All At Once y Tár, respectivamente.
Que esos mismos filmes, sin embargo, fueran desplazados de los premios más importantes por The Banshees of Inisherin, el filme irlandés que se añadió hace poco a la lista de aspirantes a esta temporada de lauros, y sobre todo, por el edulcorado cuento autobiográfico de Spielberg, The Fabelmans, acaso augure lo que sucederá en los Oscars.
Ni los Daniels ni Todd Field ganaron el trofeo al mejor guión, dirección o mejor filme. Al parecer Hollywood ha vuelto a encontrar otras películas que eluden la enloquecida originalidad de Everything…, y la incomodidad que Tár propone sobre asuntos muy candentes, y que se inclinara por The Banshees… (que es una buena película y un estudio sobrio de la soledad masculina, pero menos sólida en su final) y el ejercicio de amor hacia el cine y hacia sí mismo que Spielberg vuelve a regalarse, como hizo con ese remake correcto pero innecesario de West Side Story.
Hollywood se ama a sí mismo, y adora el glamour de la alfombra roja más que ciertos debates que funcionan como espejos demasiado cuestionadores.
Recuérdese lo que pasó en la última entrega de los premios de la Academia, cuando The Power of the Dog acabó derrotada por una película de la cual ya nadie habla.
Probablemente lo que no haya que hacer es tomarse demasiado en serio una ceremonia que va pareciéndose cada vez más a una costosa reliquia que no sabemos bien dónde poner cada vez que cambiamos los muebles de la casa.
Al fin y al cabo, son solo eso, Globos de Oro, que la industria del entretenimiento se entrega a sí misma y que, en esta ocasión, volvió a repartir, más que a conceder, esos trofeos como quien intenta dar algo a casi todo el mundo para quedar en paz con sus propias convenciones.
Ojalá me equivoque, pero ya esto nos va preparando para ese otro dinosaurio que será la gala de los Oscars.
Y que no se nos pase nunca por alto: detrás de la alfombra roja, de la embriaguez y el glamour de los Golden Globes, aquí también se habla de dinero, intereses y algunas -que no todas- políticas en juego.
(Santa Clara, 1971). Poeta, dramaturgo y crítico de teatro cubano. Pertenece al Consejo de las Artes Escénicas. Muchos de los espectáculos que ha asesorado para el grupo teatro El Público han merecido el Premio de la Crítica. Sus poemas se incluyen en antologías de Cuba, España, México y Estados Unidos.