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Presentada con timing riguroso en esta temporada de Navidad, la tercera película del también tercer reboot de la saga de Spiderman que protagoniza Tom Holland, es la bandeja repleta de dulces que esta época del año necesita, según el gusto de algunos paladares.

Divertida, vertiginosa, llena de espléndidos efectos visuales, Spiderman: no way home ha recaudado en poco menos de una semana desde su estreno 600 millones de dólares contra un presupuesto de 200.

Marvel Studios y Columbia Pictures lo han hecho nuevamente, y el más carismático de los personajes de ese universo salido de los cómics y la mente febril de Stan Lee se ha remontado nuevamente sobre los edificios de Manhattan, hasta subir a la cabeza misma de la Estatua de la Libertad para enfrentar no a uno, sino a varios villanos que vienen a ajustarle cuentas. A él, y a otros que en alguna esquina del Multiverso, se la pasan balanceándose de una tela de araña a otra.

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La película de Jon Watts (encargado de las otras dos partes anteriores de esta nueva revisión de la saga), cumple a cabalidad lo que Marvel y los devotos esperaban: es una montaña rusa de chistes, acción trepidante y sorpresas que, a manera de justicia poética, propone enmendar los descalabros que dieron abrupto final a los episodios que, como Spiderman, protagonizaron Tobey MaGuire y Andrew Garfield.

Al primero le fue muy bien dentro del ajustado traje hasta que vimos esa escena de Spiderman 3 en la que hacían a Peter Parker «bailar» por las calles de New York.

Al segundo se le acabó el balanceo entre rascacielos cuando no se logró un acuerdo entre las partes involucradas en lo que sería The Amazing Spiderman 3.

El tiempo, que lo sana todo, ha obrado para que ahora toque a Tom Holland (que ha sabido ofrecer nuevo carisma y numerosas virtudes a su encarnación de Peter Parker), encarar a esos otros hombres araña, con los que coincide tras los efectos más o menos desastrosos de un hechizo que el Dr. Strange lanza a fin de que casi todo el mundo olvide su verdadera identidad, la cual había quedado expuesta al final de Spiderman: far from home.

Con esos otros Peter Parker (la escena en que al fin coinciden todos en pantalla arrancó orgasmos colectivos entre los fanáticos durante las primeras proyecciones), llegan también sus némesis.

 

Alfred Molina, Jamie Foxx, Thomas Haden, Rhys Ifans están de vuelta, y a la cabeza de ellos viene Willem Dafoe, como el resucitado Green Goblin que supera a todos en maldad.

Con ello se arma la fábula de este nuevo capítulo, a lo largo de 148 minutos que se resienten hacia el final del tercer acto, durante las conversaciones entre los tres Spiderman en las que comparten sus emociones y sus pérdidas.

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Por suerte ahí está Tom Holland, secundado por Zendaya, con la cual mantiene la excelente química del filme precedente. Y Jacob Batalon como Ned Leeds, el mejor amigo del protagonista, como el inevitable, y por suerte eficaz, alivio cómico.

El concepto de multiverso propicia las citas constantes hacia otros filmes del MCU, tanto los ya vistos como incluso los que seguirán apareciendo. La apuesta de estos estudios es, obviamente, seguir sacando hilos de esta densa telaraña (ya se anuncia la secuela animada del brillante Spiderman into the Spider-verse), hasta que nos cansemos de esto y optemos por rociar las pantallas de IMAX con un intenso chorro de insecticida.

Y no se sabe bien cuándo esto sucederá. Viendo una película como esta, se entiende mejor el resquemor con el cual Scorsese y Ridley Scott, entre otros, hablan de los filmes de superhéroes.

En la era del selfie, el Tik Tok, son piezas perfectas de entretenimiento que han sustituido la idea del cine mediante narrativas que siguen los vaivenes de las nuevas agendas, y acaban por crear otras mitologías, otros códigos más edulcorado, de consumo inmediato.

Ya se sabe que a lo largo de las más de treinta películas de Marvel o las lanzadas por DC Comics hay mejores y peores, más exitosas y menos aclamadas: todas ellas insisten en la idea del cine como parque temático, con universos que se expanden a la televisión y empiezan a anular otras cosmovisiones.

La pandemia ha hecho lo suyo, y el fracaso monumental en taquilla de West Side Story, estrenado a solo días de esta nueva aventura de Spiderman, demuestra que ni siquiera Spielberg, ese megapoder de Hollywood, ese Tony Stark de la industria fílmica, es capaz de atraer al público a las salas de proyección como solía hacerlo.

Nos alimentamos cómodamente de estas fábulas, suerte de nuevos cuentos de hadas, con la complacencia escapista de que ninguno de sus argumentos reclamará de nosotros demasiado esfuerzo intelectual ni determinados compromisos.

La pantalla deviene entonces esa montaña rusa en la cual subimos, como quien se adentra en un espejismo perfecto, mientras el mundo alrededor se descompone y no llegan a salvarlo los Avengers.

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Quiero señalar eso como una realidad, más que como una crítica. A los espectadores cubanos nos dijeron por años que todo ese mundo de superhéroes era puro diversionismo ideológico, propaganda capitalista, y eso se ha repetido incluso recientemente, al presentarse en la televisión de la isla Black Panther: una de las entregas del MCU que me parece más afortunada.

Por suerte ya no somos tan rígidos como aquellos manuales donde se leía tal cosa, y podemos disfrutar de estas dos horas y más de encantamiento sin demasiada presión política, aunque no se oculta a nadie el modo en que la propia Black Panther revindica el posible lugar de los afroamericanos en ese universo de nuevos héroes y semidioses, algo que el comentarista cubano olvidó.

Lo que sí lamento es la pérdida de convocatoria que el cine, el arte, la vida misma en sus rejuegos de mímesis, ha ido sufriendo ante el espectador. La culpa no la tienen ni Marvel, ni DC Comics, ni la saga de Star Trek ni Star Wars.

Acaso la culpa esté en nosotros mismos, en nuestro acomodo rápido y en nuestra complacencia. Y en la nostalgia con la cual algunos y algunas, al salir de esa montaña rusa, evocamos los tiempos en que el cine era, además, otra cosa. Algo más que el caramelo-píldora perfecta y predecible que puede ser una película como esta ¿nueva? de Spiderman.

Afortunadamente, varias películas de este año nos llevan más allá de la mera nostalgia. Mientras Tom Holland y Zendaya se confirman como la pareja del momento y suben las ganancias, otros títulos se alinean a la espera de premios y reconocimientos.

Yo me he divertido con Thor, Hulk, los Guardianes de la Galaxia, Iron Man, la Viuda Negra, y tantos otros rostros del MCU. Me he aburrido con The Eternals tanto como con Wonder Woman 1984 o la estiradísima Justice League, de DC Comics.

Pero puedo alternarlas con otros empeños que me aseguran que en el cine hay espacio para todo, sin que se me escapen las señales de alerta que varios viejos maestros y estas películas encienden hacia la gran interrogante que es el presente y el futuro del cine. De la sala oscura en la que compartimos, bajo un haz de luz, sentimientos y delirios.

En apenas unos días llega a estas mismas pantallas Matrix Resurrections. Píldora azul, píldora roja: el cine es un acto de elección y ficción que también nos identifica y nos retrata.

Spiderman, en infinitas copias, sigue saltando de techo en techo. A su estilo él, y nosotros, sus espectadores, volvemos a esa sala oscura siguiendo (como Alicia o Neo) al célebre conejo blanco.

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