Explicar a un poeta a través de sus códigos, que pueden acabar siendo lugares comunes, es un peligro a veces muy evidente. Y esta película sobre Julián del Casal, que quiere diferenciarse de modo tan ambicioso del resto de lo que se hace en cine hoy en Cuba, no escapa de ese filo cortante, a medio camino entre la bruma que nos sugiere un rostro y la mancha que no nos lo deja ver con nitidez.
Son ciertamente numerosos los filmes que nos narran la vida de artistas. Músicos, actores, actrices, novelistas, compositores, pintores…, han vuelto a nuestros ojos mediante películas que intentan ir a sus biografías, y exponerlos más allá de lo que nos dicen sus obras.
Algunos de esos filmes son notables. Pero entre ellos hay muy pocos que, dedicándose a recuperar la existencia de poetas, consigan trascender de modo cierto y emotivo. Quizás porque la biografía de un poeta, como dijo Pessoa, son sus propios poemas. Y reducir un poema a una anécdota es otro modo de matarlo.
El director cubano Jorge Luis Sánchez, acaso consciente de ese dilema ha conseguido, tras muchos años de espera, llevar al cine su imagen de Julián del Casal, el bardo modernista más célebre de la Isla. Y quiero subrayar lo de ‘su imagen’, que no la biografía del autor de Bustos y rimas, porque eso nos evitará incurrir en confusiones, deslices y turbulencias alrededor de una figura que ya, de por sí, se concibió como un misterio.
Lo que vivió Casal en sus casi treinta años (1863-1893) puede resumirse a unas pocas líneas. El poeta habanero vio la luz en una casa de la calle Cuba, de la que perduran aún algunos muros, y en la que, cuando se cumplió el centenario de su fallecimiento, algunos alucinados acompañamos al propio director de “Buscando a Casal” y a Francisco Morán, acaso su estudioso más apasionado, en el sueño de que algún día se abriera allí un museo del modernismo.
Salvo un fallido viaje a su soñado París (no pasó de España en el intento), su vida puede sintetizarse, entre algunos puntos, al ir y venir entre redacciones de periódicos y revistas, a un encontronazo con el capitán general de su tiempo, al célebre encuentro con Antonio Maceo, una turbia amistad con la joven poeta y pintora Juana Borrero, a la crítica que intentó ridiculizar sus maneras y metáforas, y a una muerte causada por la rotura de un aneurisma que le rompió una carcajada de modo implacable. Sus restos, sepultados en el panteón de una familia amiga, en el Cementerio de Colón, se dan hoy por perdidos, confundidos entre los del osario al que fue a parar ese misterio llamado Julián de Casal.
De sus días, y sobre todo de sus noches, se supone mucho y se sabe más bien poco. Hay que leer entre líneas para articular una biografía que nos devuelva a Casal más allá de unas pocas certezas. La que le dedicara en 1981 Emilio de Armas apunta un mapa más o menos básico, pero con el tiempo se han ido acumulando otras preguntas, relacionadas o no con su sexualidad, con su rareza, con su manera de incorporar otros anhelos, que obsesionan hoy a nuevos estudiosos.
Recientemente se editó en La Habana su epistolario, que junto a libros de Oscar Montero (Erotismo y representación en Julián del Casal), el propio Morán (Casal a rebóurs y Julián del Casal o los pliegues del deseo) y hasta obras de teatro (aparece en Un sueño feliz de Abilio Estévez y protagoniza Mascarada Casal de Salvador Lemis) componen un arco de textos en el que se adivina otra manera de pre-sentir a Casal, en la que se confunden no pocas veces, con lo bueno y lo riesgoso que tiene esto, el perfil real del poeta, y la lectura intencionada que hacemos hoy de lo que en su tiempo fue su extrañeza.
Máscara japonesa, kimono de seda, abanico de papel, sombrilla china, porcelana y alabastro, loto en lugar de flores tropicales: Julián del Casal se inventó a modo de teatro personal un mundo en el que su dios era Gustave Moreau, y su gesto el de un decadente. Que lo leamos aún hoy con el empeño de desvelar su enigma es, en todo caso, la mejor manera de ratificar su permanencia, como apuntaba Lezama Lima en la oda que le dedicó.
Casal pertenece a esa serie de poetas que no tiene lectores, sino devotos. Uno de ellos es Jorge Luis Sánchez, quien ya había demostrado tal cosa con su documental “¿Dónde está Casal?”, cuyo título repite una interrogante de Rubén Darío.
Tras haber conseguido realizar uno de sus proyectos más ambiciosos, un biopic sobre la vida del famoso cantante Benny Moré, acaso el mayor mito de nuestra música popular, se encaminó al segundo, dedicado a la memoria de un poeta modernista. Me desligo de la broma que, siguiendo la pauta musical de su filme aquí mencionado, podría confundir a Casal con algún integrante del cuarteto del que fuera parte Lourdes Torres. Lo cierto es que, tozudo y fiel a su modo, Sánchez logró dar la voz de arrancada a su tercer largometraje (entre “El Benny” y éste rodó “Irremediablemente juntos” y “Cuba Libre”, me permito recordarles), después de muchas batallas y falsas alarmas.
En diciembre de 2019, como una de las dos únicas películas de ficción cubanas en competencia oficial del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, “Buscando a Casal” se enfrentó al público. Y las reacciones, hasta ahora, han ido por dos caminos: o una crítica que insiste en anunciar el filme como un fracaso, y un silencio que tampoco indica que la búsqueda haya sido provechosa. Viendo la película ahora que tiene su estreno en los cines de la Habana, y tratando de rehuir esos extremos, trato de explicarme más bien (y no solo) el filme, sino el porqué de tales respuestas.
Cuando María Luisa Bemberg decidió hacer su versión cinematográfica de la vida de Sor Juana Inés de la Cruz tuvo que obrar con mano cuidadosa para eludir ciertos errores que pusieran en crisis, de antemano, su proyecto. Se sirvió del libro de Octavio Paz, Las trampas de la fe; y de ahí extrajo una visión crítica de la protagonista, a la que ubicó (entre otras cosas por razones de presupuesto) en un ámbito cerrado, con rodaje en estudio, empleando eso como un signo de la opresión a la que estuvo sometida la monja jerónima.
Gracias a un guion inteligente y un sentido de lo teatral entendido desde la cámara; jugó sus cartas con dignidad, y aun hoy “Yo, la peor de todas” puede servir como introducción al mundo de la autora del Primero sueño. Con todo, no faltó quien dijera que su filme pecaba de frialdad, de silogismo. Un señalamiento que también pudo haber recibido Juana de Asbaje ante algunas de sus páginas.
No se trata aquí de comparar una obra con la otra; sino de refrescar la memoria para entender cómo otra personalidad trató de acercar al presente la imagen de una escritora que, desde el pasado, puede ofrecernos aún preguntas interesantes sobre el rol de la palabra, el talento, y la relación compleja de todo ello con ciertos grados del poder.
En “Buscando a Casal”, Jorge Luis Sánchez ha optado por renegar de un biopic al uso, y ha querido que miremos al poeta cubano desde su propia óptica, literalmente desde su propia cámara (aunque eso desate una metáfora recurrente en su película que me parece de las menos felices).
Si Casal se imaginó en un mundo de artificio, es desde esa vitrina de japonería, atrezzo, idealización y escenografía, que se nos invita a mirarlo. Y siendo este el derecho del director y autor del guion (coescrito por Mariana Torres) es también desde esas otras convenciones que podemos devolverle la impresión de lo visto en pantalla. Aunque es ahí donde empieza a fallar, creo, este proyecto “…Casal”, que no biografía (porque no lo es ni ha pretendido serlo) de quien firmara Nieve y Hojas al viento.
Como tantas veces en el cine cubano, el principal problema está en el guion. Pero también aquí, el elenco es un escollo. En el filme de la Bemberg, por encima de sus golpes de efectos, de su extremada estilización, nos preocupaba el conflicto que atenazaba a Sor Juana Inés de la Cruz. Acá hay un problema esencial de empatía, de conexión entre lo que Casal temía y deseaba, y la voluntad del director acerca de cómo exponerlo en imágenes.
Que se haya rodado íntegramente en estudios, vale. Que la intencionalidad de lo marcado, en clave de representación eluda lo realista, también. Que el tono actoral huya de lo cotidiano, pase. Que la imaginería del filme persista (a veces de modo ingenuo, como en esa pastelería de atrezzo y encaje), en recordarnos que vemos una mistificación y no lo que pudo ser verídico y que reinventa apellidos, personas, personajes y situaciones, también. Pero donde se hace débil todo eso es en lo que nos deja el filme sobre Casal, sobre Julián, sobre el ser humano que más allá de esa voluntad esteticista, sobrepasó tantas crisis para alcanzar una idea de su propio destino.
Entre los filmes más o menos recientes que puedo recordar y que apelan a esa noción de lo visual como construcción marcada, está la versión de “Anna Karenina” dirigida por Joe Wright, que nos devuelve los episodios imaginados por Tolstoi mediante un rejuego minucioso con las convenciones teatrales. Lograr tal cosa implica un trabajo de dirección de arte que se articule desde la base misma del proyecto con el guion, el trabajo de los actores y todos los elementos que luego captará la cámara, dilatada gracias a los efectos de la postproducción y el uso de efectos digitales.
En “Buscando a Casal”, si bien se apunta a esa dirección, no se consigue ir más allá del planteo del concepto, y los personajes acaban desdibujándose, con diálogos que quedan a medio camino entre la sugerencia y el atropellamiento, y un diseño de producción que no alcanza a elevarse hasta ahí donde el director nos invita a mirar.
Los titubeos de la trama (la sexualidad tan discutida de Casal entre ellos) acaban por agotar el interés que puede despertar su supuesto romance con esta María Cay/Ishikawa, (una Blanca Rosa Blanco pasada de peso como la cubana-japonesa), que no acaba de tomar partido entre el general Zamora (un Yadier Fernández que lucha contra un acento castizo), o con una Juana Borrero hiperquinética a la que Malú Tarrau tampoco consigue dar el pathos que nos viene a la mente cuando pensamos en la autora de la Última rima.
En el centro de todo ello está el Casal de Yasmani Guerrero. Elegido por el director, junto a otros rostros del elenco, mucho antes de que se comenzara el rodaje, tampoco alcanza a dar toda la gama de contrasentidos que debió ser Casal, de acuerdo con los testimonios de quienes le conocieron: yendo del sarcasmo y la sátira de sus crónicas sociales a los delirios y desenfrenos de su lírica, tan influenciada por los simbolistas franceses a los que veneraba.
A través de una lente de hielo, que acude a una simbología de la nieve tan recurrente para su protagonista haciendo caer una nevada demasiado literal en esta Habana de atrezzo; “Buscando a Casal” alcanza, sin embargo, un momento de interés en la escena que presenta al poeta en diálogo con el general Antonio Maceo, durante la visita fugaz que le trajo a La Habana en 1890 y de la que nos quedan huellas en un soneto y un retrato autografiado.
En un filme que trastoca identidades, que altera la cronología, que disfraza a personajes con otros nombres y máscaras, la efigie del mambí ocupa el centro de interés, y está claro que el director está obsesionado por cómo se entendieron estos dos hombres tan excepcionales. Es ahí donde hubiera deseado que el tono general del filme, y su armazón visual, cediera paso a una conversación más prístina que remarcara ese instante tan extraño y extraordinario, eje de muchas otras suposiciones acerca de Casal y su relación con Cuba y sus políticas, entre las cuales él encarnaba una: la política del deseo, en la que se podría reconocer como un disidente de su hora y de muchas otras predestinaciones.
Pero el Casal que vemos, insisto, es el de Jorge Luis Sánchez. Y lo que siento yo, una vez concluida la proyección, es que el frío que acaba por congelarlo todo termina también por distanciarnos de un hombre al que no alcanzamos a ver aquí en lucha abierta con su secreto.
Explicar a un poeta a través de sus códigos, que pueden acabar siendo lugares comunes, es un peligro a veces muy evidente. Y esta película, que quiere diferenciarse de modo tan ambicioso del resto de lo que se hace en cine hoy en Cuba, no escapa de ese filo cortante, a medio camino entre la bruma que nos sugiere un rostro y la mancha que no nos lo deja ver con nitidez.
La Habana de hoy ya no es La Habana Elegante, en la cual se abrían las páginas satinadas de El Fígaro o en la que Casal publicaba versos satíricos en La Caricatura. Ni siquiera es La Habana de 1993, en la que nos empecinamos los poetas en darle a Julián del Casal un centenario que lo salvara de la desidia oficial y del olvido de quienes, en medio de la crisis, acaso no tendrían tiempo para declamar los versos finales de Nihilismo.
En esta otra Habana me fui a ver una película en la que su director ha intentado el doble acto de riesgo que es, desde el arte, desmentir a la realidad para reimaginarla.
Alguna vez, de paso por el Cementerio de Colón, vi salir del osario donde los huesos de Julián del Casal fueron depositados, según una leyenda ya improbable, a un enterrador negro, con el cuello cargado de collares de santería. Dijimos ante él: “ahí está Casal”. Y nos respondió: “Ahí abajo está mucha gente”.
Probablemente sea mejor pensarlo así, sus huesos confundidos con los de otros, lectores suyos o no, en esa otra representación que es la muerte, en esa turbulencia, para que su voz nos repita otros pasajes de su vida misteriosa, tétrica y desencantada.
De algún modo, también ha sido así su película. Otra manera de recordarnos su carcajada antes de morir.
Este es un artículo de opinión. ELCINEESCORTAR no tiene necesariamente que compartir los criterios personales que publicamos.
(Santa Clara, 1971). Poeta, dramaturgo y crítico de teatro cubano. Pertenece al Consejo de las Artes Escénicas. Muchos de los espectáculos que ha asesorado para el grupo teatro El Público han merecido el Premio de la Crítica. Sus poemas se incluyen en antologías de Cuba, España, México y Estados Unidos.
Excelente. Profundo. Me invita a ver con urgencia este filme de Jorge Luis.