Hace ya ocho décadas las calles de Cienfuegos, una hermosa ciudad portuaria al centro de la isla, escuchaban los primeros sonidos del llanto del recién nacido hijo de una noble dama y un militar, al que llamaron Nelson y con los apellidos Rodríguez Zurbarán. Allí, en un entorno familiar, en la casa de su abuela materna, transcurrieron sus primeros años de vida, rodeado del calor de sus tíos y primos.
Su padre era de una personalidad muy seria, y quedan pocos recuerdos de su figura en Nelson ya que lo perdió apenas entrando en la adolescencia. Heredó de él un hermanastro diez años mayor que vivía en el puerto del Mariel, una ciudad al oeste de La Habana.
La responsabilidad paternal tuvo que ser asumida muy temprano por su madre Asela, a quien Nelson ha calificado siempre como un ángel sobre la tierra. Ella fue un apoyo significativo ante su manera de asumir la vida, que ella respetaba y defendía.
Su primera experiencia cinematográfica ocurrió en el período de su niñez más temprana, cuando sus padres lo llevaron a ver “Dumbo”, el filme animado de Disney. En la escena de la estampida de los elefantes debido al fuego que devoraba el bosque, el niño Nelson tuvo que ser sacado del cine aterrorizado, como mismo salieron espantados los primeros espectadores del primer filme de los Lumière ante el tren que se les venía encima desde la pantalla.
Dichosa coincidencia que de ningún modo fue un obstáculo para que el cine, y ver películas, se convirtiera en una obsesión para quien hoy es un maestro venerado de ese arte.
Ya con ocho años, viviendo en La Habana, los padres de Nelson lo dejaban ir solo al cine más cercano a la casa. La gran pantalla se convirtió en una obsesión que dura hasta el presente, y que le ha permitido atesorar una de las colecciones privadas de cine más importantes y referenciales a la que, incluso, han acudido en busca de ayuda salvadora no pocas videotecas y mediatecas de otros continentes.
Sus gustos fueron moldeándose con el paso del tiempo: desde las fantasías orientales en technicolor de María Montez durante los años terribles de la segunda Guerra Mundial, las aventuras de acción protagonizadas por Tyrone Power y Errol Flynn -que se convirtieron en sus actores favoritos-, hasta la llegada a los cines capitalinos del mejor cine negro norteamericano.
“The killers”, thriller de 1946 dirigido por Robert Siodmak, con Burt Lancaster y Ava Gardner en los roles protagónicos, ha sido el primer filme que Nelson recuerda marcó su vida como cineasta, porque ahí fue cuando realmente comenzó conscientemente a repetir el visionaje de los mismos dos y tres veces, algo que influyó decisivamente en lo que sería su posterior genialidad en el arte del montaje fílmico, oficio que requiere de la capacidad de volver a ver -una y otra vez- una escena hasta que se considere perfecta por ese binomio inseparable que conforman el editor y el director.
También la irrupción en esa época temprana de su vida de los filmes italianos del neorrealismo lo golpeó fuertemente en su sensibilidad, porque de repente esas historias que disfrutaba tanto comenzaban a hablar sobre el ser humano y sus problemas. Con ellos conoció a Rossellini, a Vittorio de Sica y a Luchino Visconti, quien sigue siendo su director de cine predilecto.
A finales de la década del 50, mientras Nelson estudiaba formalmente Ciencias Comerciales, también formaba parte de un grupo apasionado de aficionados al estudio del cine que habían creado, en el barrio de Santos Suárez de La Habana, el ya antológico Cineclub Visión. En él conoció a muchos que después formaron parte de la nueva historia del cine cubano, como Humberto Solás, Oscar Valdés, Héctor Veitía, Norma Torrado o Gloria Argüelles.
Paralelamente, gracias a los conocimientos adquiridos, gana por intermedio de un concurso el derecho a entrar a un curso de verano sobre apreciación e historiografía cinematográfica en la Universidad de La Habana, impartido por el eminente profesor José Manuel Valdés Rodríguez, suceso que el propio Nelson considera que cimentó su formación analítica y crítica respecto al arte cinematográfico.
Todo ese desempeño como promotor cultural fue una catapulta para que en 1960 fuera llamado directamente a trabajar al recién creado Instituto Cubano del Arte e Industrias Cinematográficos, que fue la primera entidad cultural creada por Alfredo Guevara para la naciente Revolución liderada por Fidel Castro.
Al inicio de ese proceso que dividió políticamente al país, la industria de cine que se intentaba hacer nacer casi no contaba con técnicos y especialistas. La idea que se le ocurrió a la presidencia del ICAIC fue buscar personas que amaran ese oficio y lo aprendieran haciéndolo.
El oficio que le propuso a Nelson el fallecido director de documentales Santiago Álvarez, que es quien le hace la entrevista de iniciación a la industria, fue el de productor en virtud de sus estudios de economía, pero al cabo de un año ejerciéndolo comprobó que esa especialidad no le gustaba ni sería la que definiría su destino.
Y lo hizo por una circunstancia casi milagrosa vinculada a su trabajo como productor: caminando un día por el Departamento de Edición en el cuarto piso del ICAIC entró a la sala donde trabajaba Mario González, quien había adquirido renombre en su oficio durante la época de oro del cine mexicano. Mario estaba montando el filme de largometraje “Las doce sillas”, que había dirigido un muy joven Tomás Gutiérrez Alea (Titón).
Mario, al verlo maravillado mientras manipulaba, marcaba, cortaba y colgaba rollos de celuloide en su mesa vertical de montaje, le preguntó si le interesaba lo que estaba haciendo. Al responderle afirmativamente, le pidió entonces que se quedara y aprendiera lo que era editar. Entonces el maestro tomó esos rollitos de celuloides ya cortados, los pegó uno tras otro en un orden que ya había establecido previamente, puso en marcha el proyector de la moviola y le mostró a Nelson el resultado de su labor: una secuencia en continuidad del filme, editada con planos en diferentes angulaciones.
Nelson sintió lo que en el mundo del arte se llama “iluminación”, y supo que su vida estaría ligada para siempre al arte de conjugar con coherencia imágenes y sonidos para contar los más disimiles e interesantes dramas en la gran pantalla, esa que le hizo saltar espantado de niño ante unos elefantes que le venían encima.
Nelson Rodríguez, graduado de Historia del Arte en la Universidad de la Habana, se convirtió con el paso del tiempo en un editor integral de la llamada “vieja escuela”, aquellos que –como los grandes artistas del renacimiento- dominaban a la perfección todas las especialidades técnicas, y entregaban la película al laboratorio lista para su corte de negativo.
Su papel no estaba limitado -como ahora- a que una persona se dedica a cortar imagen y definir estructura dramática, otra crea la banda sonora, otra la música y otras dirigen el doblaje… Nelson lo hacía todo: era un estilo de trabajo que asumió a lo largo de su deslumbrante filmografía, una muy envidiable que abarca cientos de documentales y ficciones, en dramas cortos o de largometraje.
La vida le dio la oportunidad -y aquí debo decir con pleno sentido de la justicia: no a él, sino a quienes trabajaron a su lado- de compartir experiencias creativas, que aun llevan el halo de lo legendario, con los más grandes directores cubanos de todos los tiempos y ser el gran maestro de los editores cubanos.
Maestro no solo por la trascendencia de su estilo -identificable, elegante y único- o la notoriedad y valía de la obra que ha legado, sino por su trabajo como docente de decenas de generaciones de cineastas iberoamericanos por casi tres décadas, que reconocen en él un paradigma de la sencillez, la perseverancia, la inteligencia, la sensibilidad extrema, el altruismo y la genialidad de uno de los artistas más grandes que ha dado Cuba al mundo.
Nelson es uno de nuestros honorables Premios Nacionales de Cine.
Felicidades en tus primeros 80 años, Maestro Nelson Rodríguez Zurbarán.
Director, editor y guionista cubano ganador en 2017 de un Emmy Award de la National Academy of Television Arts and Sciences (NATAS) en Estados Unidos, de la que ha recibido 5 nominaciones anteriores.
También ganador en la categoría Video del Gerald Loeb Award 2017, el galardón más alto y prestigioso en Estados Unidos al periodismo financiero y de negocios, ganador del Premio Coral Especial del Jurado en el Festival Internacional de Cine de La Habana de 1997 por su largometraje documental “El cine y la vida”, así como otros reconocimientos internacionales. Algunos de los filmes que ha editado han sido nominados a los Premios Goya en España, así como a los Premios Platino del Cine Ibeoramericano.
Actualmente reside en Miami y trabaja como editor para NBC Universal Hispanic Group.
Gracias Manolito por este artículo que me ha traído a la memoria muchas cosas, desde una sencillez que se agradece al exponer esencias que el subconsciente tiene guardada y al tocarlas lo hacen recorrer por las primeras imágenes que el cine dejó grabada en uno.
Gracias, Mano, gracias por este homenaje hermoso y sentido, lleno de la admiración que sé sientes por nuestro Nelson. Yo, pues feliz de poder felicitar a este joven hermoso de 80 años, y de haber podido ser parte de esos espectadores que aún hoy nos estremecemos ante las películas que él editó.