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«El acompañante», dirigida y escrita por Pavel Giroud, después de profunda y pormenorizada investigación, es el más reciente estreno del cine cubano.

Horacio Romero y Daniel Guerrero son dos hombres muy distintos; uno boxeador y el otro combatiente internacionalista, uno negro, de barrio humilde, introvertido, conformista y prejuiciado, el otro blanco y rubio, de Miramar o Nuevo Vedado (nunca se aclara), extrovertido y abierto, ácrata y conflictivo.

Ambos coinciden, a finales de los años ochenta, en el sanatorio de Los Cocos, que en aquel momento estaba regulado por un reglamento bastante estricto con tal de tratar de impedir la expansión del SIDA.

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El filme habla, desde la primera escena hasta la última, de las diferencias y concilios entre Horacio y Daniel, de modo que a lo largo de una hora y 44 minutos se relee una etapa específica de la historia reciente de Cuba, mientras se delinean los contrastes entre ambos protagonistas, atrapados en un círculo de exclusión, castigo e intolerancia.

Muy pocas veces, en fecha reciente, el cine cubano dio muestras de tanto amor por sus personajes protagónicos a través de un filme cuyos protagonistas consiguen la más inmediata y cálida identificación del auditorio, gracias también a las actuaciones consagratorias de  Yotuel Romero y Armando Miguel Gómez. Y es que desde «Fresa y chocolate», o «Suite Habana» tampoco resultaba común ni habitual un llamado tan emocionante a la comprensión, la solidaridad y el altruismo, independientemente de las particularidades, los privilegios y los errores de cada personaje, concebidos ambos para contrastar desde ciertas conductas delineadas para aportar ciertas moralejas.

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La nítida transparencia del relato permite que, a veces, el espectador aguzado se adelante a la trama y vislumbre lo que viene, sobre todo en términos de la actitud de cada uno de los protagonistas respecto al otro, en un ambiente de encierro y falta de valores. Sin embargo, el filme se las arregla siempre para sorprender o seducir, y si bien se puede adivinar algún posicionamiento posterior de la trama, el espectador se deja llevar por las muy convincentes caracterizaciones de todo el elenco, la detallista dirección de arte puesta por completo en función de los altibajos inquietantes y las atmósferas opresivas, además de una banda sonora musical capaz de caracterizar toda una época optimista, espléndida, que el filme capta con ambivalente nostalgia.

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El sostén dramatúrgico que constituye la tensión entre los protagonistas sería imposible sin las dedicadas  actuaciones de Yotuel Romero (en el papel de Horacio), con una interpretación inteligentemente amparada en lo físico y exterior,  mientras Armando Miguel se ocupa de encarnar, en fluida alternancia, la tragedia de la predestinación al declive, el ideal de apartarse de sometimientos o dobleces, la gracia bajo presión del cubanazo capaz de bromear incluso en las circunstancias más difíciles.

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Jorge Molina vuelve a entregarnos un secundario de lujo; Camila Arteche consigue dotar de humanidad a un personaje puramente ornamental; y de menos suerte disfrutaron los muy notables Jazz Vilá y Yailene Sierra, en tanto sus personajes apenas les confieren la posibilidad de cierta movilidad dramática, o matices, dentro de un cuadro bastante estricto de apuestas por la estricta separación entre malos, esquemáticos y desagradables y los buenos, simpáticos y atractivos.

Tal polarización entre los personajes recuerda al mejor y más genérico Hollywood, y sus clásicos de buddy movies en la cuerda de «Fugitivos», con Tony Curtis y Sidney Poitier; «Papillón», con Steve McQueen y Dustin Hoffman; o «The Shawshank Redemption», con Tim Robbins y Morgan Freeman, entre muchas otras. Porque la disociación entre buenos y malos, o el contraste entre dos varones protagonistas que terminan conciliando desigualdades, también se relacionan con las esencias del cine popular de cualquier época y país.

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Pavel Giroud y su equipo nunca proceden desde la copia o imitación de métodos convencionales, sino que consiguen aplatanar por completo ciertos arquetipos universalmente aceptados a la hora de presentar la redención de los protagonistas a través del crecimiento espiritual o ético.

Y si bien puede decirse que «El acompañante» continúa la ascendente carrera de Pavel Giroud en el video musical, el documental y el largometraje de ficción, es preciso asegurar que el director y guionista se supera a sí mismo por su habilidad (más que demostrada ahora mismo) para extraer máximo provecho de sus actores y actrices; combinar suspense, melodrama, tragedia y alivios humorísticos, mientras reescribe con letra, y luces temblorosas, el pasado de una nación con asombrosa vocación para superar sus propios errores y desafueros.

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