Reflexiono profundamente sobre el artículo recientemente publicado por mi respetado amigo y colega Gustavo Arcos, titulado “El cine cubano y su carpe diem”.
Carpe diem es una frase del latín bastante difícil de traducir de manera literal. ‘Carpo’ en latín significa arrancar, deshilar, recorrer, aprovechar o completar; en tanto que ‘diem’ significa día, pero algunos le dan una traducción general como tiempo.
Tal vez la expresión más adecuada para explicar su significado sea: «aprovecha el día presente«. Se encuentra en un poema de la obra «Odas» escrita por Horacio, poeta que nació el año 65 A.C. y murió el año 8 a.c., que reza:
“Dum loquimur, fugerit invida aetas: carpe diem, quam minimum credula postero.”
Su traducción fiel: ”Mientras hablamos, el tiempo se nos va: aprovecha el día, no pongas tu esperanza en el mañana”.
Carpe diem, en su momento, se transformó en un símbolo de la revalorización de la parte terrenal de la vida antes de la muerte, y su belleza enmarcada en la brevedad o fugacidad de la existencia. En la actualidad, esa frase propone una filosofía de vida en la que los seres humanos deben darse la oportunidad de escapar de la rutina y dedicarse a aprovechar cada momento. Vale preguntarse, de todos modos, si el día no se aprovecha también mientras se batalla en pos de un proyecto, de una idea o de un futuro.
Si el título del artículo generaba dudas, esta explicación y el contenido del mismo dejan clarificada su intención. Gustavo Arcos intenta, y consigue, revelar los momentos cruciales que vive el cine cubano contemporáneo, demostrando que la mayor parte de la producción fílmica del país se genera fuera del amparo o en las márgenes del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC) -quien por 56 años fue, como él mismo dice, “uno de los mayores y más sólidos proyectos culturales de la nación”– gracias a que “la iniciativa, el arte, las ideas, el talento, las herramientas, la tecnología y la difusión de las obras están en manos de los cineastas.”
Y aclara dos puntos harto conocidos, pero necesarios para cualquier análisis posterior de esta problemática:
1) cine cubano no es solo ICAIC y
2) cine cubano no es solo el realizado en Cuba.
Sin embargo, en su recuento y análisis, revela lo que a mi entender es el punto más frágil y agudo de la situación que se ha creado en torno al estado actual de la cinematografía de la isla. Donde radica “la gran debilidad” que ha generado el status quo de la relación actual entre los cineastas, el ICAIC, el Ministerio de Cultura y el estado cubano.
Gustavo potencia con desmedida pasión, y es justo, el cine que, según sus palabras, todos hablan y permanece vivo. “No importa si son jóvenes o experimentados, si viven aquí o a mil millas, si recuerdan su pasado o tienen Alzheimer. Lo esencial es crear y no esperar.”: Carpe diem.
Pero obvia, y no es justo, que el ICAIC, como industria –no como institución o pretensión de academia de cine- haya dejado de generar autonómicamente, con fondos estatales o en coproducción, propuestas fílmicas valiosas y reconocidas en eventos y festivales internacionales de alto nivel, y no solamente como proveedor de recursos a terceros.
Entre el 2014 y lo que va de 2015 el ICAIC ha estrenado los siguientes filmes de ficción como productor: Conducta, de Ernesto Daranas, Fátima o el Parque de la Fraternidad, de Jorge Perugorría, Vestido de novia, de Marilyn Solaya, Vuelos prohibidos, de Rigoberto López, La emboscada, de Alejandro Gil, La ciudad, de Tomas Piard, Meñique, de Ernesto Padrón, Boccaccerías Habaneras, de Arturo Sotto, Contigo pan y cebolla, de Juan Carlos Cremata Malberti, Omega 3, de Eduardo del Llano, entre otras producciones del género documental, como Últimos días de una casa, de Lourdes de los Santos, y cortometrajes de animación.
En fase de postproducción, próximas a estrenarse, se encuentran Cuba Libre, de Jorge Luis Sánchez, Últimos días en La Habana o Chupa pirulí, de Fernando Pérez, Bailando con Margot, de Arturo Santana, entre otras, así como el próximo largometraje de Elpidio Valdés, dirigido por Juan Padrón.
El ICAIC como institución tampoco ha demeritado -y eso no se dice y por tanto parece que niega u obvia- la labor de ese cine independiente que ha generado tantas producciones en los últimos tiempos, ni tampoco las ha dejado de reflejar en su página digital con artículos referidos a las mismas, a su recorrido por el mundo, ni se ha negado a estrenar muchas de ellas en los circuitos nacionales: La obra del siglo, de Carlos Machado, inauguró la premier de la Muestra de Jóvenes Realizadores del ICAIC de este año en la Cinemateca de Cuba y Venecia, de Kike Álvarez, tuvo su estreno en el circuito nacional de exhibición. Aunque también ha metido la pata hasta el fondo en ocasiones, como en el episodio de Miguel Coyula y su Memorias del desarrollo en el 2011, al negarse a apoyar el filme como cine cubano en el Festival de Cine Latinoamericano de Beirut, Líbano.
Quiero decir que, a pesar de lo que plantea mi querido amigo Gustavo Arcos –“El ICAIC ha muerto. ¡Gloria eterna!”-, este organismo cultural no sobrevive aun solamente gracias a su capital simbólico.
Todo lo apuntado anteriormente para nada demerita el artículo que ha dado pie a un debate sano y abierto, con una exposición excelentemente argumentada sobre el nuevo capital humano y artístico que se produce fuera de los marcos de las instituciones oficiales del cine y la televisión, y fuera de Cuba, y que son realmente el futuro de nuestra cinematografía.
El único error de concepto que veo es que, para quien lea la publicación y no conozca la realidad fílmica cubana, tal pareciera que no existiese nada más que ese cine que se enumera y se alaba por Gustavo, como si el cine que aun produce el ICAIC mereciera ser catalogado en ese acápite de “cine sumergido”, genialmente concebido por el crítico de cine camagüeyano Juan Antonio García Borrero cuando elaboraba un ensayo sobre la visión icaic-centrista de la crítica cinematográfica insular.
Más allá de que el ICAIC siempre ha sido un ente generador de proyectos críticos que le han llevado a serpentear el borde del precipicio, e incluso decretarse y publicarse en la prensa su desaparición –en 1991, caso “Alicia en el pueblo de Maravillas”– por decreto del Consejo de Ministros, el prestigio de la obra realizada hasta ese momento y el de los cineastas que capitalizaron y cerraron filas ante esos acontecimientos desarmó cualquier intento de desmembramiento.
Sin embargo, muertos o emigrados sus icónicos artistas; desplazados, enfermos o fallecidos los dirigentes que le dieron alma y protección, y con una obra reciente de baja calidad como propuestas cinematográficas, las fuerzas que intentaron deshacerse del peligro que representaba un ente generador de contenido ideológico conflictivo han dejado que el organismo languidezca por sí mismo, y hacen caso omiso de los reclamos de los cineastas que pretenden, como dice Gustavo, “salvar el cine cubano”, haciendo propuestas y contrapropuestas sobre una Ley de Cine o una Ley sobre el creador audiovisual autónomo, que siguen sin respuesta. Como es bien conocido, en el último Congreso de la UNEAC los reclamos de los cineastas fueron acallados y postergados en sesión plenaria.
Por otra parte, concluida la etapa gloriosa del celuloide, la tecnología digital ha desplazado el poder como industria que detentaba el ICAIC a las casas productoras independientes, regenteadas por los propios creadores o por entes particulares sin vínculo con el cine, pero con acceso a dinero para su compra, y muchas veces se encuentran mejor dotadas del equipamiento que se necesita para filmar en esta nueva era.
Con la internet y el correo electrónico los jóvenes cineastas autónomos brincan las barreras de la distribución institucional y se vuelcan al mundo, con brío temerario pero necesario, inundando festivales y eventos con sus creaciones, o auxiliándose de las plataformas digitales de recaudación internacionales para financiar sus producciones, inscripciones, publicidad, viajes y ventas.
¿El ICAIC –o quien sea- no se ha dado cuenta, o no quiere saber, de que ese know how y esa filosofía de trabajo es imparable, y es el presente y futuro de la gestación del actual patrimonio fílmico cubano?
Sí, lo sabe. Pero sabe también reconocer “la gran debilidad” que hace poco mencionaba, pero de la que nadie habla: el cine cubano está descabezado. Excepto Fernando Pérez, cuya obra lo hace merecedor de gran respeto, no solo como Premio Nacional de Cine, sino como interlocutor de altura para las autoridades culturales, muy pocos actualmente dentro del G20 tienen su estatus profesional para generar –como antes hacían las vacas sagradas- una presión en comunión de fuerza temeraria. Fernando y el G20 es solo Fernando, lamentablemente.
También seamos honestos: mucha de la obra fílmica que se está generando adolece de contundencia artística, excepto contadísimas excepciones. Quien no quiera ver, que no vea: la calidad del cine cubano –el del ICAIC y el no-ICAIC– ha bajado en este siglo en picada. Lo peor de todo es que se ha potenciado, premiado, y reflejado a bombo y platillo –y en esto la crítica y los medios de prensa cubanos e internacionales tienen alta responsabilidad- “filmes” de dudosa y hasta pedestre calidad, con todas las costuras de los materiales de cineclub de aficionados o de práctica para una escuela de cine, o sin valor merecido. Muchos de ellos carentes de una dramaturgia sólida y un montaje coherente, unificador y potenciador de sus historias, repletos de saltos de eje y rupturas en la continuidad, con interpretaciones deficientes por inexperiencia o incapacidad para la dirección de actores, y una puesta en cámara y en escena más propia del estilo televisivo que el cinematográfico.
Como decía Martin Scorsese: “El acceso a la tecnología digital es lo mejor que le ha pasado al cine. El acceso a la tecnología digital es lo peor que le ha pasado al cine.”
Y eso es también forma parte, desde hace un tiempo a esta fecha, de esa “debilidad” a la que me refería: cualquiera con una cámara digital se cree fotógrafo, cualquiera con un Premiere o Avid en su computadora personal es editor, el Word hace creer a muchos que son escritores o guionistas, el FrutyLoops ha parido compositores de música para cine, y algunos con estos amigos a su disposición y un poco de dinero – o no, que también se da el caso- empiezan a rodar como directores, y nos lanzan un producto sin dominio de la sintaxis y la gramática del lenguaje fílmico, con incoherencias en su contenido dramático, y sin el más mínimo cuidado formal. Después, para más inri: cobertura nacional e internacional hasta del premio que le dieron en un festival comunitario en Madagascar.
Para suerte nuestra, muchos de los jóvenes cubanos formados en la Facultad de Medios de Comunicación (FAMCA) o en la Escuela Internacional de Cine (EICTV) nos están legando también obras de profundo contenido, gran riesgo estilístico y belleza en el empaque.
No soy un detractor del carpe diem de quienes quieran lanzarse a su aventura cinematográfica. Es su derecho, como lo fue el nuestro cuando nos correspondía, pero nuestro deber es, más que apoyarlos, guiarlos y asesorarlos cuando la obra es deficiente, cada uno desde nuestra experiencia o ámbito, como creadores o como analistas de cine, sin alabos inmerecidos.
La carencia de una crítica responsable solo genera falta de crecimiento espiritual y profesional en los futuros cineastas y, por desgracia, dioses falsos. Y un público con un techo de apreciación y exigencia muy bajo.
¡Viva el Carpe diem! Pero esta frase, irremediablemente, también marca una disyuntiva entre el disfrute a corto plazo por la creación y la gratificación de sentir que tenemos un deber más allá de nuestra propia existencia.
Director, editor y guionista cubano ganador en 2017 de un Emmy Award de la National Academy of Television Arts and Sciences (NATAS) en Estados Unidos, de la que ha recibido 5 nominaciones anteriores.
También ganador en la categoría Video del Gerald Loeb Award 2017, el galardón más alto y prestigioso en Estados Unidos al periodismo financiero y de negocios, ganador del Premio Coral Especial del Jurado en el Festival Internacional de Cine de La Habana de 1997 por su largometraje documental “El cine y la vida”, así como otros reconocimientos internacionales. Algunos de los filmes que ha editado han sido nominados a los Premios Goya en España, así como a los Premios Platino del Cine Ibeoramericano.
Actualmente reside en Miami y trabaja como editor para NBC Universal Hispanic Group.