Entrevista exclusiva a Bárbara Betancourt Martínez, directora de Programas Culturales del Ministerio de Cultura de Cuba, acerca de “Palabras del Cardumen. Declaración de Jóvenes Cineastas Cubanos”, texto publicado en la red social Facebook el pasado 7 de mayo.
Texto tomado de La Jiribilla y de Cubadebate.
¿Ha leído usted la reciente Declaración de los jóvenes cineastas cubanos?
La leí. Supe que está circulando en facebook. Me llamó la atención que sus gestores son anónimos. También veo que dicen hablar por todos los cineastas jóvenes y por todo “el gremio”·
La Asociación Hermanos Saíz, que tiene entre sus miembros a realizadores audiovisuales, apoyó la declaración que se realizara por el ICAIC durante la reciente polémica que se menciona como introducción a esta declaración y ni siquiera está citada en el texto. También la UNEAC se pronunció y su declaración es ignorada.
Los jóvenes cineastas reivindican el legado del ICAIC, se dicen “continuadores de un cine inconforme y revelador, ese que el ICAIC acogió y defendió, de amplia tradición dentro del Nuevo Cine Latinoamericano”.
También se oponen a un “cine complaciente, que no busca generar diálogos productivos con el espectador y pretende adormecerlo”. Habría que preguntarse de qué cine se trata.
Si se refieren a la más reciente producción cubana, no creo que sea complaciente en absoluto. No lo son las películas de Fernando Pérez, Ernesto Daranas, Gerardo Chijona, Alejandro Gil y Lester Hamlet, entre otras, que se han hecho con apoyo del ICAIC y del Ministerio de Cultura. No es complaciente en lo más mínimo la obra de la Televisión Serrana. Quizás el cine complaciente al que aluden, sea el de Hollywood, pero no se aclara.
La Declaración propone una especie de canon del cine que realizan los jóvenes. ¿Qué comentario le merece ese pasaje?
Es necesario, como dicen los promotores de la Declaración, ser “parte de esta sociedad y (estar) comprometidos con ella de forma creativa y crítica”. Pero es difícil aceptar la generalización respecto a que predominan la apatía, el individualismo y el automatismo.
Parece desmesurado identificar cualquier crítica a una película con limitar la participación y el aporte a la sociedad. Todavía es más exagerado, e incluso absurdo, suponer que antes de analizar una película hay que “atender los problemas de esa realidad que les sirve de referente”. Se trata, a mi juicio, de una simplificación. La relación entre arte y realidad es mucho más compleja.
En el texto aparece una descripción bastante amplia de las fuentes de financiamiento de las películas de los jóvenes. Usted mencionó hace un rato que el MINCULT y el ICAIC han hecho importantes aportes a varios filmes. Quisiera conocer su criterio sobre este tema, que es vital para poder producir cine.
Es cierto que la gran cantidad de profesionales del arte que la Revolución ha formado desborda la capacidad institucional de apoyo a la producción y a la promoción. Sin embargo, la Declaración ignora por completo no solo el aporte que te mencionaba antes, sino el sostenimiento de las escuelas, incluyendo los trabajos de los estudiantes, que se reivindican, con justicia, como obras de arte. Para la Escuela Internacional de Cine y TV y la FAMCA, el Estado destina millones de pesos en moneda total.
Al mismo tiempo, el texto no distingue cualitativamente entre las fuentes de financiamiento, solo se detiene en sus formas. Está ausente del análisis, no sólo el riesgo de la actividad enemiga contra Cuba, que durante la polémica reciente sobre un filme que aludía irrespetuosamente a José Martí, fue desconocido por algunos de los contendientes; sino también el peligro de obtener recursos que procedan de actividades ilegales.
En este manifiesto todo aparece descontextualizado, abstracto. No hay bloqueo, no hay imperialismo, no hay Revolución. ¿Serán estos tópicos los correspondientes a “idearios desgastados, desconectados del complejo contexto en que nos ha tocado vivir?”
La Declaración… vuelve al tema de las “demandas del gremio que son impostergables”. Es un tema que usted conoce y sería bueno ilustrar a los lectores sobre el asunto.
Entre los años 2008 y 2013, aproximadamente, participé en el trabajo de la Comisión de Economía de la Cultura de la UNEAC que presidió Magda González Grau. Estuve en los inicios de las propuestas relacionadas con el reconocimiento del creador audiovisual independiente; las nuevas formas de producción; el reconocimiento de las productoras independientes, entre otros temas.
Fue rico el intercambio con los cineastas más reconocidos de nuestro país, y la institución se nutrió de ese diálogo y promovió las propuestas que, de conjunto, se habían trabajado. Sin embargo, no fueron acompañadas de un rediseño del ICAIC como institución rectora de la aplicación de la política cinematográfica, ni de su relación con este nuevo creador y las nuevas productoras independientes, lo que incidió de forma negativa en la concepción integral que debe tener el tratamiento al desarrollo y a la promoción del cine y el audiovisual cubanos en la actualidad.
Esto ha requerido de un intenso trabajo de la institución en el diagnóstico, la revisión de funciones, la elaboración de propuestas de estructuras y formas de organización de la producción, entre otras. Ya todo está listo. Pienso que dentro de poco tendremos algunas de estas normas ya aprobadas.
También en la Declaración se refieren a la promulgación de la Ley de Cine ante la obsolescencia de la Ley 169 que funda el ICAIC. En este sentido, es importante aclarar que la Ley 169, de marzo de 1959, recién triunfada la Revolución, tiene conceptos y principios que guardan plena vigencia y otros aspectos que deben ser actualizados, pero esto no tiene nada que ver con las demandas planteadas, y que la institución las ha hecho suyas como propuestas.
¿Usted cree que existe un “tenso ecosistema nacional en que se desarrolla actualmente la creación, y de manera particular el audiovisual”?
Francamente, no. Los creadores realizan sus obras en la más completa libertad. Abundan los abordajes críticos y comprometidos en todas las manifestaciones del arte.
La creación y la promoción se distinguen por dar la mayor presencia a obras de calidad. Ello no significa que estén desterrados los “productos con claras intenciones alienantes”, como los llama la Declaración sin identificar su procedencia, en el audiovisual y en otras áreas. Las instituciones trabajan —y lo refieren de manera explícita—, todos los días contra esas influencias, procedentes en su mayoría de la industria hegemónica del entretenimiento.
Una clara evidencia de este esfuerzo son los eventos culturales que el país organiza, liderados por los más destacados artistas y las instituciones culturales. Solo por citar algunos ejemplos, en el cine, así surgió la propia Muestra de jóvenes realizadores, el Festival de Cine en Gibara, fundado por Humberto Solás y actualmente presidido por Jorge Perugorría, el Festival de documentales Santiago Álvarez; así como la Bienal de La Habana, en las artes plásticas.
En el ámbito de la música se dan eventos tan diversos como el Jazz Plaza, el Pepe Sánchez, dedicado a la trova; el Havana World Music, el Jojazz, Voces Populares, Cubadisco, y en las Artes Escénicas y la cultura popular tienen su espacio los festivales de Teatro, el de Ballet y otros eventos de la Danza a nivel mundial; el Festival del Humor Aquelarre, Circuba; el Festival del Caribe, y la Jornada Cucalambeana, entre muchos otros.
Esa afirmación que usted acaba de comentar se apoya en referencias al ICAIC, el ICRT y la FAMCA y, sobre todo, a los argumentos de los funcionarios que han explicado las decisiones adoptadas.
En realidad, se habla de “censura” cuando se sabe perfectamente (y ha sido ampliamente informado) que la decisión del ICAIC fue la de no exhibir una película en una sala del principal circuito de exhibición. Y se tomó la decisión por razones de principios.
Evidentemente, los redactores anónimos de la Declaración no pueden entender que una injuria, por ejemplo, contra José Martí, sea para los cubanos dignos una cuestión de principios. Por eso afirman: “Creemos que no hay cautelas ni principios éticos” que justifiquen la “censura”. En la visión de estos redactores todo vale, todo tiene que ser exhibido en los cines y en la televisión, cualquier regulación es incompatible con el concepto falso y demagógico de “libertad de creación” que dicen defender.
Hoy, incluso, se sabe que el desarrollo de las nuevas tecnologías ha hecho inútil cualquier intento de “engavetar” una película para evitar su circulación. Conozco dos casos en que el ICAIC ha decidido no exhibir una película, y lo ha hecho por razones de principios, para no legitimar la agresión a símbolos muy entrañables de nuestro pueblo en los circuitos institucionales. Pero lo ha hecho con la certeza de que esas películas van a circular, como efectivamente ha sucedido.
Es muy rara esta “censura” que no priva al realizador de ningún derecho, que reconoce la obra como patrimonio de aquel y que la promueve en circuitos internacionales. En el caso específico del director de Quiero hacer una película, pudo concursar en el mismo evento donde lo “censuraron”, financiado por el ICAIC, y obtener el premio principal, con la promoción que ello trae aparejada.
Tampoco percibo que se haya difamado a algún crítico, a no ser que el vínculo de Dean Luis Reyes con Tania Bruguera, verificado con todas las evidencias, sea considerado como tal. No me explico cómo las denuncias con pruebas puedan afectar el debate de ideas. Esta última aseveración parece tan desmesurada como la pretensión de hablar en nombre de todos los jóvenes realizadores y de todo “el gremio”.
La Declaración hace propuestas sobre las políticas de programación y la enseñanza.
Las películas de la muestra en su gran mayoría han sido exhibidas más de una vez. El llamado que hace el texto se dirige nuevamente a desconocer las políticas institucionales, que es el fondo de la cuestión.
Ni el público ni la crítica han validado la exagerada proposición de exhibir estas películas en los principales circuitos y en la televisión. Habría que ver cómo reaccionaría nuestro pueblo (el pueblo real de este país real, no los imaginados por los redactores de la Declaración), si viera por televisión una ofensa a José Martí. Este tipo de provocaciones no tienen espacio en nuestra política cultural, amplia e inclusiva. Basta con observar las reacciones en las redes y los innumerables mensajes, cartas y llamadas telefónicas que se han recibido en las instituciones.
Sé además que los compañeros que se ocupan de la enseñanza artística están en la mejor disposición de analizar cualquier propuesta útil para el perfeccionamiento de los planes y del proceso educativo en la Universidad de las Artes.
La política cultural no es ningún sobreentendido y, como ya se ha explicado por otros compañeros, está bajo permanente análisis y debate en las organizaciones de creadores y el sindicato de la cultura. Se discute con los creadores permanentemente, en pie de igualdad. La crítica a la institución abunda, y bienvenida sea.
Otra vez, en el final del texto, aparece la desmesura y también, lamentablemente, una autosuficiencia que llega a ser ridícula.
Los redactores del manifiesto se autoproclaman refundadores de la utopía (utopía a secas, ¿se refieren al socialismo?), en un texto que resulta reiteradamente un ataque a las instituciones y un llamado a la anarquía. Dudo que la verdadera vanguardia de nuestros creadores, jóvenes y menos jóvenes, haga suyo este manifiesto.
Parece extraño que quieran dialogar con representantes del máximo nivel del MINCULT y de la UNEAC y, para plantear sus criterios, acudan a la plataforma de Facebook, desde el anonimato. ¿Se trata de diálogo o de formar algarabía?
Es difícil en esas condiciones ganarse la confianza que exigen. Las redes sociales se caracterizan por su promiscuidad y, hoy mismo, es fácil detectar adhesiones de personas muy disímiles, algunas muy conocidas ya como asalariadas del Imperio, otras que no parecen tener ningún conocimiento de los antecedentes e incluso algunas que, por sus perfiles, no pueden compartir la demagogia anárquica del manifiesto.
El colmo es que, para pedir adhesiones, digan que el dato de la profesión es opcional. Por supuesto, van a acumular muchos nombres, que es, sin duda, el propósito de esta maniobra.
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