NOTA ACLARATORIA
El más reciente artículo del crítico y profesor de cine Gustavo Arcos (nos referimos a «Ley de Cine en Cuba: truco o trato«, publicado en OnCuba Magazine y en este propio blog) ha desatado una polémica colateral al tema del cine cubano en las redes virtuales de la isla y ya fuera de ella.
En su último texto «Ghostbusters«, publicado en el blog Cine Cubano: la pupila insomne, Gustavo Arcos se refiere a la actitud ética de una publicación digital cubana cuando, al rebatir una idea o texto, lo hace desde el supuesto anonimato de quien replica o ataca, amparado en un seudónimo protector e, incluso, realiza una acusación sobre una aparente falsa entrevista -o un compendio de citas sin citar fuentes existentes- realizada a un integrante del colectivo de la Muestra de Jovenes Realizadores, que es auspiciada por el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficas (ICAIC).
ELCINEESCORTAR comprobó que el artículo al que hace referencia Gustavo Arcos en realidad no es mas que una compilación de algunas citas literales de las palabras pronunciadas por el joven graduado de la EICTV Mijail Rodríguez al inaugurar la XIV Muestra Joven del ICAIC 2014 como miembro de su Comité Organizador.
En el post de hoy 18 de noviembre en su blog sobre cine cubano, el amigo Juan Antonio García Borrero dice:
«Con Arcos tengo un montón de diferencias que alguna que otra vez hemos ventilado en público, pero eso no me impide ver que también él busca contribuir al saneamiento de nuestras prácticas culturales. Que las ideas de él, o las mías, sean vapuleables, carece de importancia. Porque al final lo que importa es la cultura, que se hace entre todos, incluso, más allá de las instituciones.»
Publicamos el texto de Gustavo, y a los que se alude en el mismo, así como las palabras de inauguración de la XIV Muestra Joven del ICAIC, bajo la categoría de Polémicas Culturales de esta bitácora. No tenemos conocimiento hasta el momento sobre alguna réplica, que publicaremos en caso de realizarse.
Por Gustavo Arcos
Hace unos días la plataforma digital La Jiribilla, publicó un artículo «¿Nos pasan gato por liebre?» firmado por Cristian Alejandro, donde el autor pretende polemizar con mi texto: «Ley de cine, truco o trato», difundido en el sitio digital OnCuba. Celebro que tales puntos de vista, aunque sean encontrados, aparezcan en los medios, muevan ideas y alcancen la dimensión o interés que les correspondan.
Siguiendo una elemental curiosidad, me intereso en conocer quién es Cristian, un nombre que ya viene publicando en ese espacio desde hace más de un año, pero cosa rara, nadie sabe de él.
No tiene un perfil, no existen fotos, no hay datos de su pasado o formación profesional y ni siquiera tiene padre o madre, pues no los incluye en su identidad nominal. No posee páginas en la web o redes sociales, algo inusual en estos tiempos y tampoco es miembro, aunque por sus artículos le interesa bastante el cine, de la Asociación Cubana de la Prensa Cinematográfica. He preguntado a varios amigos que trabajan cerca de La Jiribilla o en el área del periodismo cultural y me dicen que nunca lo han visto, o sea, es un fantasma y no precisamente de Elsinor.
¿Quién es Cristian Alejandro?
Bueno, algo me dice que no es el hijo de Edesio Alejandro. Intuyo, entonces, que se trata de un seudónimo, una máscara que alguien, seguramente bien conocido como figura pública, utiliza para mostrar… ¿su verdad?, aunque paradójicamente recurra a la falsa identidad. No es primera vez que ocurre en la Historia, pero francamente no luce honesto tal procedimiento.
Buscando en el propio sitio digital, veo que también aparece impugnando las recientes declaraciones de Pablo Milanés (lo llama políticamente desafinado e impresentable) o cuestionando a los cineastas, que preocupados por el debilitamiento de la industria vienen pidiendo transformaciones en el sector. ¡Vaya!, que no importa los argumentos que tienen los otros, los de él son los correctos.
Incluso, llega a publicar una entrevista, que nunca hizo, a un joven productor ligado a la Muestra de Nuevos Realizadores organizada por el ICAIC. Tomó frases de aquí y de allá, armó su particular Frankenstein (ya dije que le gustaba el cine) y sin ofrecer referencias o fuentes colgó el supuesto diálogo. O sea, que desde su cómoda fachada anónima, se dedica a manipular o devaluar las posiciones y criterios de otros artistas e intelectuales que sí dan la cara y no se esconden.
¿Será acaso que volvimos a la época de los 70 cuando desde las páginas de la Revista Verde Olivo un tal Leopoldo Ávila despreciaba a los creadores, promoviendo tristes episodios de censura, maltrato, ostracismo y persecución? ¿Volvimos, o es que nunca nos hemos ido del todo? ¿Y por qué nuevamente aparece alguien molesto, cuando se habla de la Ley de Cine?
Con respecto a mi texto, el hombre que dice llamarse Cristian Alejandro (que no es lo mismo que Ortega y Gasset) se muestra irritado, con mi supuesto ataque a las instituciones del país. ¡Casper! creo que tu invisibilidad te está haciendo daño, pues yo no ataco a nadie, a no ser que decir la verdad sobre el penoso papel que están jugando algunas instituciones oficiales y culturales en relación a la demanda de los cineastas sea considerado una blasfemia que merece tú castigo.
La única forma de demostrar que estoy (y también los cientos de artistas que la piden) equivocado es acabando de resolver de una vez este problema. ¿O será que estás usando tu poder en el inframundo para obstaculizar ésta y otras acciones que piden transformaciones en el campo cultural del país?
Resulta no menos extraña la posición de La Jiribilla que, aparentemente, permite en sus páginas textos suscritos por personas con una falsa identidad. ¿Cobrará sus honorarios debajo de una sábana?
Aclaro que no estoy cuestionando la pertinente polémica en nuestros espacios, ni el derecho a la réplica y la libertad de opinión, pero seamos transparentes y sinceros. No se trata tampoco de un asunto personal, sino de evitar una tendencia, que tan tristes recuerdos dejó en esta nación.
Soltar a Cujo, el perro asesino no puede ser un recurso de nuestros medios. Una publicación que tan útiles dossieres ha editado sobre la cultura cubana y se precia de desnudar los entresijos del “perverso y mal intencionado” discurso cultural contra Cuba, no debe reproducir lo mismo que critica.
Por Cristian Alejandro
«Ley de cine en Cuba: truco o trato» se titula la más reciente opinión expuesta por Gustavo Arcos y colocada en las redes desde la plataforma OnCuba, en la cual este se refiere a la última reunión de cineastas que tuvo lugar el 31 de octubre en el Fresa y Chocolate.
En las líneas suscritas por Arcos se respira —con solo asomarse a ellas— un claro apunte a la institucionalidad cubana, invocada esta desde los primeros párrafos como “los fantasmas del dogmatismo” contra los cuales los cineastas cubanos decidieron “encauzar su propia lucha”.
Asimismo se alude a un ambiente previo a la reunión de los cineastas cubanos “bastante sombrío”, junto a “cierta incertidumbre y molestia que acompaña al gremio desde hace años”. Intento situarme sobre las propias sentencias de Arcos para guardar total fidelidad a sus palabras.
Para él el entorno está más espinoso aún, pues asegura que “se reportaban actos de censura contra obras, cineastas o críticos, aumentando la ya de por sí elevada temperatura concerniente a las demandas por una Ley de Cine”.
En su reflexión Arcos alega, además, que “los creadores presentaron un documento que recoge aspectos esenciales de sus peticiones, cuestiones relacionadas con la función del ICAIC en el nuevo escenario, el financiamiento de las obras, la aceptación de las productoras independientes, el patrimonio, la libertad creativa, las formas de otorgar la nacionalidad a una película y el respeto y confianza que debe tener el Estado por la labor de los artistas”.
Reseña, igualmente, que se ofrecieron “diversos criterios de por qué resulta conveniente al gobierno cubano, acabar de suscribir la Ley y conjurar con ello todo el ambiente de irregularidades o malentendidos que acompaña al trabajo de los cineastas”.
Por último suscribe que “el documento fue aprobado por unanimidad y será enviado a las instancias superiores”, así como que “si bien no se trata de una Ley (no le corresponde a los cineastas hacerla) es al menos un punto de partida sólido y argumentado por dónde empezar”.
Entonces un elemento obliga a detenerse en la lectura y repensar de principio a fin todo lo relatado por Arcos: “Roberto Smith, ratificó el apoyo de la institución a las inquietudes y propuestas de sus miembros”.
De esta manera “los fantasmas del dogmatismo” invocados en un inicio no son vistos de pronto como aquellos hacia quienes los cineastas cubanos han de “encauzar su propia lucha”; sino que se muestran presentes y comprensivos. El presidente del ICAIC no solo acompaña a sus colegas en un debate abierto y desenfadado, sino que comparte sus preocupaciones, es consciente de ellas, les ratifica su apoyo (que es el de la institución que los representa y escucha), y toma nota y asunto de sus inquietudes y propuestas.
La institucionalidad cubana demuestra nuevamente que los cineastas y el pueblo en general puede confiar en ellos, no de manera unidireccional como lo enfoca Arcos en el párrafo que viene, donde en tono de ultimátum es categórico al decir que “los cineastas acaban de ofrecerle nuevamente a la dirección del país, un voto de confianza, una propuesta transparente, una mano tendida al diálogo y la concertación”.
Esta frase, que suena a concesión inmerecida, a “te ofrezco generosamente mi confianza por última vez”, y que parece querer poner en jaque una relación fructífera de diálogo y entendimiento cultivados desde la misma génesis de la Revolución, ¿será verdaderamente el espíritu de “los cineastas” todos?
A la extensión de estas líneas Arcos es aún más inconsecuente y afirma que “al parecer la osadía de tomar la iniciativa y reunirse sin que nadie les dé la orden” a los cineastas “ha de ser castigada”, y llega al centro de su análisis cuando lamenta que los hechos demuestren “que los artistas han ofrecido un Trato y el gobierno les ha devuelto un Truco”.
Los hechos hablan de participación, de criterios encontrados, de ideas que van y vienen, de consenso, de apoyo… nunca de anuencias ni ausencias, de silencios y menos aún de desapego o desprendimiento por parte de la institución y su máximo representante. No es esta tampoco una cuestión de “nombres, fechas límite, rostros y nombres”, es una cuestión de humanos que deben entenderse desde un sentir común, desde una lógica de pensamiento y acción que los impulse hacia adelante, aunque no siempre el impulso esté acompañado de la velocidad o prontitud demandada.
Lo que sí resulta llamativo es que Arcos diga que en la cita no se encontraba “nadie de la dirección cultural del país” a quien le tocaría defender y apoyar en todos los espacios a los creadores. Y que “solo el presidente del ICAIC, Roberto Smith, hizo acto de presencia para certificar el apoyo de la institución a las inquietudes y propuestas de sus miembros”. Desconoce así a Smith como miembro activo de la dirección cultural del país, quien además no solo hizo acto de presencia, sino que, como máxima autoridad del gremio, los acompañó, escuchó y apoyó en todo momento.
Certero sí fue Arcos al asegurar que “a la Ley de Cine le queda un largo camino aún por recorrer”. Porque así sucede con esta y cualquier otra ley que se proponga; como cualquier otra disposición de tal naturaleza, sus procesos de consulta y evaluación son harto y necesariamente extendidos.
Tampoco es saludable generar en torno a ella un clima de confrontación. Arcos insiste en este objetivo cuando afirma “Los cineastas (…) no son los malvados de esta historia” –y obviamente quedaría este rol para el Estado. ¿Acaso es necesario pensar esta relación en términos de buenos y malos; de conflicto, climax y desenlace? ¿Será este el fin y no el medio al que estén aspirando algunos “defensores” de la Ley de Cine, poner en crisis la relación artistas/instituciones/Estado? Quien se deje contaminar por ese espíritu estará, lamentablemente, dejando “que le pasen gato por liebre” -una frase bastante coloquial en nuestro entorno cubano, que nos debe sonar mejor que el “trick or treat” (“truco o trato”)-, tan ajena a nuestro vocabulario.
A nadie ayuda esta actitud, mucho menos a la pretendida Ley de Cine, en la cual no se puede un espacio infinito donde verter todo lo criticable que nos parezca cabe en él, de una manera infantil e ingenua. La concreción de esta propuesta no debe pasar per se –y a veces parece ser ese el objetivo sumo- por arrojar fuego sobre la institucionalidad cubana, sino por evaluar y contextualizar los hechos y los actos con justeza, partir de la transparencia y el respeto para poder salvar lo verdaderamente inmortal y verdadero: el Arte.
Los jóvenes como protagonistas de la gestión y producción cinematográfica
Por Cristian Alejandro
De que los jóvenes son desde hace mucho tiempo protagonistas de la producción cinematográfica cubana, nadie duda, ni por asomo.
La Muestra Joven ICAIC, el Cine Pobre, el Festival Imago de la Facultad de las Artes de los Medios de Comunicación Audiovisual (FAMCA), la producción de la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños, los premios internacionales, así lo confirman; pero que los jóvenes también han devenido protagonistas de la gestión cinematográfica en el país, eso quizás, no todos lo sepan.
Así lo confirman ejemplos como el de Lester Hamlet al heredar el Cine Pobre de Gibara, la Muestra Joven ICAIC, capitaneada y protagonizada por jóvenes, y la asunción de Patricia Gallegos como directora de la Oficina de Creación Artística.
Mijail Rodríguez, uno de esos jóvenes que integran la junta directiva de La Muestra en mayúsculas, como le conocen sus seguidores, así lo hizo saber en la más reciente edición del evento, dedicado en este 2014 al aniversario 55 del ICAIC.
“Casi sin darme cuenta han pasado diez desde que por primera vez formé parte del Comité Organizador de la entonces llamada Muestra de Nuevos Realizadores. Pero durante los últimos doce meses ha sido diferente, porque me animó ―además― el compromiso hecho frente a un grupo bastante numeroso de jóvenes, quienes en 2013 nos reunimos para reclamar más participación en la dirección del evento”.
«En aquella primera ocasión -explicó- me encargué de la inauguración y la clausura. La propuesta de los espectáculos reflejaba una impresión del momento, cuando un grupo de aspirantes a cineastas ―centrados en sí mismos― se quejaban de la falta de recursos, ante la realidad de un cine cubano que necesitaba relevo. Parecía escaparse algo esencial para un arte como este: el efecto milagroso que nace al unir fuerzas.»
«Hoy el panorama ha cambiado algo. En eso la Muestra Joven ha sido fundamental, al crear un espacio de encuentro movilizador. Las pruebas están en su archivo, que se desborda a pesar de que seguimos sin recursos; en que pese al poco tiempo, se puede hablar de generaciones; en que se ha visto crecer a muchos y hemos pasado de ser ‘el futuro de cine cubano’ a formar parte de su presente. Por todo eso fue importante que cinco jóvenes hayan asumido la responsabilidad de sumarse a la dirección colectiva de la Muestra, como un grupo de representación ―más bien operativo, diría yo.»
“No han sido pocos los contratiempos; a veces las cosas se nos van de las manos y en otros no nos salen como quisiéramos por responsabilidad nuestra. No obstante, defiendo que no podemos cansarnos de intentar, nadie lo va a hacer por nosotros. De los errores se puede aprender; de lo que no se hace, nada sale. Al fin y al cabo -añadió- se trata de que todos nos impliquemos o aportemos lo que podamos. Quizás para algunos esto no sea nada extraordinario; sin embargo, para los que hemos estado cerca de lo que ha sido la Muestra, implica alcanzar un viejo anhelo de sus fundadores: un festival de jóvenes organizado por los jóvenes; algo que no por natural, es menos relevante o difícil de lograr en tiempos de supuesta apatía.»
“Y nada de esto es fortuito, coincide con un proceso de transformación del audiovisual cubano que ha de ser profundo para conseguir una auténtica renovación. En esto es imprescindible el concurso de muchos”, continuó Rodríguez.
“La Muestra no está ajena a este proceso. Afortunadamente, se ha ido moldeando a lo largo de los años una dinámica de trabajo conjunto por un objetivo común; donde algunos individuos permanecen, garantizando la continuidad; y otros se suceden o alternan, trayendo la frescura imprescindible. Gracias a todo eso existe un ambiente donde la juventud es más cuestión de actitud que de edad; donde la visión más propia de un director ha ido cediendo ante una visión grupal; donde lograr el consenso es aspiración máxima, lo cual sin dudas se aviene con un evento que es plural por definición. En tanto ideal, dicha pluralidad puede resultar por momentos inalcanzable; no obstante, su espíritu se siente.”
Espíritu de equipo, es posible
Palabras de Introducción al evento por Mijail Rodríguez, Miembro de la Junta Directiva de la Muestra Joven 2014
Afuera, una vista de la calle 23, nos ubica en La Habana. Es de noche. Adentro, el pasillo del 5to. piso del ICAIC con los carteles colgados en la pared y las lámparas de luz fría encendidas. La entrada de la sala Titón con su foto.
Más adentro, solo iluminados por el reflejo de una pantalla, un grupo de personas mira atentamente. Alguno bosteza. El timer del reproductor de DVD’s avanza. De repente, la luz aumenta. En la pantalla aparece la cara de un hombrecito verde de ojos saltones que se proyecta hacia afuera como una especie de holograma y habla en un extraño lenguaje. Unos subtítulos dicen: «Individuos cargados de información. Candidatos a viaje intergaláctico».
Nadie en el grupo pierde la calma. La mayor de todos, con las piernas apoyadas en el respaldar de la butaca delantera, comenta:
―Estos muchachos están apretando con los efectos especiales.
Entonces, el hombrecito verde sale de la pantalla, ya de cuerpo entero, y dice esta vez en perfecto español:
―Uno de ustedes será abducido.
En el grupo estallan las risas. Hay alguien que se persigna y muy pausadamente aclara:
―Yo creo que esto no es ciencia ficción.
A lo que la más joven, de cabello rizado, agrega no sin cierta ironía:
―Pues aquí trabajamos en equipo, ¡tendrán que llevarnos a todos!
El hombrecito verde se bloquea, cambia de color. Es ahora rojo y unos rayos le salen de la cabeza…
Este es un fragmento del proyecto que me hubiera gustado presentar al pitching de Haciendo Cine en su próxima edición, si no fuera porque cumplí 36 años.
Casi sin darme cuenta, han pasado diez desde que por primera vez formé parte del Comité Organizador de la entonces llamada Muestra de Nuevos Realizadores. Pero durante los últimos doce meses ha sido diferente, porque me animó ―además― el compromiso hecho frente a un grupo bastante numeroso de jóvenes, quienes en 2013 nos reunimos para reclamar más participación en la dirección del evento.
En aquella primera ocasión me encargué de la inauguración y la clausura. La propuesta de los espectáculos reflejaba una impresión del momento, cuando un grupo de aspirantes a cineastas ―centrados en sí mismos― se quejaban de la falta de recursos, ante la realidad de un cine cubano que necesitaba relevo. Parecía escaparse algo esencial para un arte como este: el efecto milagroso que nace al unir fuerzas.
Hoy el panorama ha cambiado algo. En eso la Muestra Joven ha sido fundamental, al crear un espacio de encuentro movilizador. Las pruebas están en su archivo, que se desborda a pesar de que seguimos sin recursos; en que pese al poco tiempo, se puede hablar de generaciones; en que se ha visto crecer a muchos y pasar de ser «el futuro de cine cubano» a formar parte de su presente.
Por todo eso fue importante que cinco jóvenes hayan asumido la responsabilidad de sumarse a la dirección colectiva de la Muestra, como un grupo de representación ―más bien operativo, diría yo―. Esta vez nos tocó a Ariagna, de la Sierra Maestra; Capó, de Gibara; Vanessa, de Camagüey; Pedro Luis, de Altahabana; y yo, a unas cuadras del 5to. piso. En unos días serán otros.
Como todo lo que comienza, hay mucho que ajustar. En algunos casos, porque surgen contratiempos que se nos van de las manos; en otros, es nuestra absoluta responsabilidad. No obstante, defiendo que no podemos cansarnos de intentar, nadie lo va a hacer por nosotros. De los errores se puede aprender; de lo que no se hace, nada sale.
Al fin y al cabo, se trata de que todos nos impliquemos o aportemos lo que podamos. Quizás para algunos esto no sea nada extraordinario; sin embargo, para los que hemos estado cerca, implica alcanzar un viejo anhelo de sus fundadores: un festival de jóvenes organizado por los jóvenes; algo que no por natural, es menos relevante o difícil de lograr en tiempos de supuesta apatía.
Y nada de esto es fortuito, coincide con un proceso de transformación del audiovisual cubano que ha de ser profundo para conseguir una auténtica renovación. En esto es imprescindible el concurso de muchos.
La Muestra no está ajena. Afortunadamente, se ha ido moldeando a lo largo de los años una dinámica de trabajo en conjunto por un objetivo común; donde algunos individuos permanecen, garantizando la continuidad; y otros se suceden o alternan, trayendo la frescura imprescindible. Gracias a todo eso, existe un ambiente donde la juventud es más cuestión de actitud que de edad; donde la visión más propia de un director ha ido cediendo ante una visión grupal; donde lograr el consenso es aspiración máxima, lo cual sin dudas se aviene con un evento que es plural por definición. En tanto ideal, dicha pluralidad puede resultar por momentos inalcanzable; no obstante, su espíritu se siente.
Por eso Raupa fue tan certero en el lema de su diseño. Por eso se puede decir que no sabemos quién es el verdadero abducido, o que el extraterrestre viene a bailar en casa del trompo; porque a veces el 5to. piso parece estar en una nube y el equipo trabaja como abducido por ese ojo omnisciente que representa a la Muestra.
Aunque parezca cosa de ciencia ficción, es posible.
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