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NOTA ACLARATORIA:

Esta serie de preguntas y respuestas fueron formuladas al autor para un dossier especial sobre el Paquete Semanal para la revista digital La Calle del Medio y, por razones desconocidas por el autor, nunca fueron publicadas.

Son ahora cedidas en exclusiva para ELCINEESCORTAR

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¿Qué efectos pueden traer el consumo de audiovisuales en los receptores?

¿Efectos? ¿Debo inferir que se trata de un problema? Pienso que las obras audiovisuales proporcionan muchas cosas, por ejemplo: placer, bienestar, información, conocimiento, seducción. Son una ventana abierta a otras experiencias y en tal sentido pueden hacernos más libres y felices.

Pero algunos estudiosos o sicólogos nos dicen que su “consumo” genera ansiedad, manipulación, adormecimiento intelectual, enajenación. Creo que todo depende del individuo y su cultura, sus expectativas, valores o educación.

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¿Qué puede ocurrir cuando estos audiovisuales promueven la banalidad, la violencia o las sensiblerías?

No puede ocurrir nada extraño o diferente que lo que genera la vida diaria. Vivimos en un mundo violento, competitivo y pragmático. Solo importa el presente. Nuestra existencia es puro melodrama.

Para los gobiernos, o las autoridades es muy fácil quitarse la responsabilidad diciendo que los medios son la causa de todo, que ciertos filmes, programas de televisión o clips musicales, están corrompiendo nuestras vidas y maneras de pensar. Nacemos en un mundo cada vez más interconectado y crecemos llenos de influencias de todo tipo que marcarán lo que somos o seremos.

No me preocupa que los audiovisuales “promuevan” banalidad o violencia, me preocupa más la actitud de los políticos e ideólogos que desde posiciones de poder manipulan cada día a las personas, limitando sus necesidades de conocimiento, emitiendo discursos que solo promueven odio, resentimiento y negación del otro o el diferente.

¿Cree usted que los receptores están conscientes de los efectos a los que se exponen?

Pienso que la pregunta da por sentado que los medios solo generan aberraciones y embrutecimiento intelectual. No estoy de acuerdo con ese enfoque.

Es un error satanizar las obras audiovisuales o sus actuales formas de circulación. Como si de una plaga se tratase, escuchamos hablar de efectos y por tanto, una cura. Yo, soy un receptor y estoy consciente de lo que consumo, elijo o discrimino. Hemos llegado al punto de que podemos escoger lo que deseamos consumir y ese privilegio se convierte en un serio problema para los que desean “salvarnos del mal”.

Hay infinidad de propuestas audiovisuales circulando en el planeta y en esa vasta gama de opciones, le corresponde al individuo hacer su selección. El quid de la cuestión está en tu propia formación cultural, tu capacidad de discernir, escoger o legitimar ciertos valores sobre otros. Un individuo incapaz de ver más allá de sus narices, se sentirá cómodo consumiendo un tipo de obra que no le genere interrogantes que no lo saque de su amodorrada existencia.

¿Qué cambios en los paradigmas comunicativos trae este tipo de circulación informal de contenidos, sobre todo audiovisuales?

paquete-7La situación actual produce un extraordinario cambio. Ya la información no proviene de un solo emisor. No hay un centro, ni persona, que determine qué es “lo que el pueblo cubano debe ver, escuchar o conocer”.

Hasta hace muy poco la mayor parte de nuestra población asistía a una imagen del mundo diseñada en las oficinas del Dpto ideológico, sitio que controlaba sin mucha oposición, todo lo que se emitía en la prensa, la radio y la televisión. La información por tanto circulaba desde, y en, una sola dirección. Lo mismo ocurría con los filmes, espectáculos y programas.

El Estado en gran medida determinaba cómo debía ser nuestro ocio, decidiendo por nosotros acerca de lo correcto e incorrecto, el bien y el mal. Ese paradigma, por suerte, ha cambiado. Es una bendición que exista internet, los blogs, la información alternativa, los espacios de resistencia cultural, los libros o textos electrónicos y todo lo que en materia digital pueda circular de manera paralela a la ofrecida por los centros de poder oficial.

Y es que el principal culpable de que exista una circulación informal es el propio Estado, o en todo caso, los que en él, prefieren mantener a las masas con las puertas cerradas al mundo. Cada vez que una obra es censurada, o limitada en su circulación el censor legitima su existencia despertando la curiosidad en el receptor.

¿Si tanto le preocupa al Estado el tema del consumo audiovisual porque no acaba de escuchar lo que más de cien cineastas y artistas están planteando desde hace ocho años? ¿Qué espera para discutir y aprobar una nueva Ley de Cine o del Audiovisual como ha ocurrido en todo el planeta? Si están tan preocupados por lo que “el pueblo está consumiendo”, por qué, no se preguntan las causas de ese “exacerbado” interés.

Se habla cada año de la necesidad de espacios de debate y crítica en los medios, que serían una forma de elevar la capacidad de discernimiento en los espectadores, pero… ¿dónde están los espacios reales de discusión y debates de ideas en la televisión? ¿Por qué en nuestros centros de enseñanza no existen desde hace décadas cursos de apreciación audiovisual? Por favor, la crisis de valores en nuestra sociedad no está generada por el programa Belleza Latina.

Desde el punto de vista comunicativo ¿Qué tiene de bueno y de malo el paquete semanal?

paquete-6El paquete es nuestro internet. Es la posibilidad de acceder a múltiples ofertas y servicios. Puedo leer revistas, adquirir juegos, aplicaciones para móviles, actualizar mis programas informáticos, apreciar filmes de todo el mundo, series y espectáculos musicales, humorísticos o dramáticos de diferentes tipos, estéticas y países. No le veo nada malo, y sí, muchas cosas provechosas que se ponen a nuestra disposición pues no existe otra forma de acceder a ellas. Malo era lo que teníamos antes. Malo será siempre la homogeneización, la falta de perspectivas, el verticalismo y la censura.

El Estado debería preguntarse: ¿Dónde están las tiendas oficiales para adquirir estos productos? ¿Dónde puedo encontrar una mercado regulado, transparente y monetariamente accesible para ello? ¿Dónde puedo adquirir un juego de video, ver los capítulos de una serie del momento, mejorar las aplicaciones de mi móvil, leer publicaciones sobre cine, deportes, modas, fotografía, diseño, cocina, música o ciencias naturales? ¿Por qué si no hay apenas salas de cine en el país, debe el ciudadano asistir a ellas para ver en pésimas condiciones visuales y sonoras una película que puede apreciar cómodamente en el DVD de su casa o en una computadora?

Entiéndase que el mundo ha cambiado y hay que saber convivir con esos cambios, no ir a contrapelo de ellos. No se trata de prohibir, multar, perseguir o blasfemar sino de coexistir y entender que una persona es diferente a otra y tiene el legítimo y elemental derecho de decidir lo que hace con su entretenimiento.

Antes de romperse los sesos persiguiendo o cuestionando este tipo de consumo, debería el Estado ocuparse de investigar y comprender las reales dinámicas que mueven a los ciudadanos de hoy en día. Comprender cuáles son sus expectativas culturales, sus horizontes, sus angustias y sus deseos.

El mundo ha cambiado y ese salto tecnológico ha transformado todo lo que nos rodea, ha trastocado los hábitos de consumo y puesto en jaque todas las prácticas de control.

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REPRODUCIMOS A CONTINUACION LOS EXCELENTES ENSAYOS DEL MISMO AUTOR «CUBA AUDIOVISUAL: NETFLIX, FLEXIS y PAQUETFLIX», APARECIDO EN EL SITIO «CAFEFUERTE», EN FEBRERO DE 2015, ASI COMO «COMO ACABAR UNA VEZ Y POR TODAS CON EL PAQUETE», PUBLICADO POR LA REVISTA «EL CAIMAN BARBUDO», EN NOVIEMBRE DE 2014:

Cuba audiovisual: Netflix, flexix y Paquetflix

Hace unos días leímos que Netflix, la plataforma que ofrece descargas on line de filmes y series, abría sus servicios a Cuba. Por el momento, la noticia tiene solo una validez simbólica puesto que, para el ciudadano común, internet y los pagos con tarjetas de crédito son solo una quimera.

Sin embargo, el apreciable gesto de la compañía, se anuncia como premonitorio de los muchos que vendrán durante el presente año y que conectarían a la isla con las dinámicas tecnológicas, financieras, interactivas y de consumo virtual, tan comunes en el mundo contemporáneo.

Ahora, en teoría, los ciudadanos cubanos pueden acceder al extenso catálogo de películas y programas de televisión que posee el sitio, con más de 50 millones de suscriptores en todo el planeta. ¿Hay filmes cubanos allí? Probablemente no, pero… ¿pudieran nuestros realizadores y distribuidores colocarlos a partir de ahora? Tampoco, puesto que no existen convenios oficiales entre Cuba y Estados Unidos para la explotación de los productos generados en nuestra industria cultural y se sabe que la casi totalidad de los filmes cubanos pertenecen al ICAIC, o sea, al Estado.

Leyes inoperantes

Cuando en breve tiempo, otras grandes empresas de la informática y las comunicaciones quieran regularizar sus servicios con Cuba, se toparan con un país cuyas leyes en este campo se encuentran limitadas en su acción, pero, sobre todo, inoperantes en el territorio norteamericano. De tal manera, poco después de establecidas las relaciones diplomáticas entre los dos países deberán sentarse los expertos legales, para tratar infinidad de cuestiones sobre el patrimonio, los derechos de explotación de las obras artísticas y la comercialización de los productos audiovisuales a ambos lados del estrecho de la Florida.

Tales pactos, reducirán notablemente la llamada piratería, una práctica mutua que lleva más de medio siglo de aplicación. Del lado cubano fue legitimada por el gobierno revolucionario cuando el bloqueo y otras formas de aislamiento internacional cercaron la isla en los años 60 y 70. Por esa época, una parte notable de la cultura universal fue, sin pedirle autorización ni licencias a nadie, puesta en manos del pueblo.

Habría que decir también, que muchos intelectuales del mundo cedieron de buena gana sus derechos, identificados con el proyecto social que recién comenzaba. El copiar y reproducir fue practica reforzada por el discurso integrador de la Revolución y sus acciones para llevar la cultura a las masas. En el mismo sentido, ni siquiera se discutían las cuestiones del derecho de autor con los creadores nacionales, o los beneficios por la comercialización de sus obras, pues tales prerrogativas se asociaban con un pensamiento burgués, anticuado e ideológicamente reprobado. Durante bastante tiempo, el dinero, y su posesión más allá del salario básico, fue estigmatizado y algunas palabras (cliente, ganancia, beneficios, mercado, negocios) también.

Aunque, los años han cambiado muchas de estas visiones y el país está envuelto en un proceso de transformaciones de sus estructuras jurídicas y legales, la piratería o la ilegalidad están lejos de ser erradicadas.

Piratería, práctica estatal

Practicada en primera instancia por el Estado, sirvió luego para que los ciudadanos pudieran acceder y compartir todo tipo de contenidos y textos censurados por el propio sistema. Para muchos, es un gesto de resistencia que puede darse en el plano de la cultura, pero también en el tecnológico, científico o financiero.

En nuestro país, aunque existen leyes que protegen el derecho de autor, el patrimonio nacional, las patentes o la propiedad intelectual, estas se aplican con discreción. La sociedad misma se ha levantado durante décadas sobre un extraño tejido que confunde los límites entre lo legal y lo ilegal, lo permitido y lo prohibido.

En el campo propiamente del cine y las imágenes una parte de los contenidos, que ofrece desde hace décadas nuestra televisión carece de licencias de transmisión. Más del 70 % de los filmes que se proyectan en nuestras salas son norteamericanos y jamás se le ha pagado a los estudios y distribuidoras de ese país por su exhibición. Desde que se legalizó el trabajo por cuenta propia apareció la figura del vendedor y distribuidor de discos, que en la práctica comercializa cada año y sin pagar derechos de autor, miles de DVD con materiales audiovisuales realizados en todo el mundo.

Con frecuencia, la televisión ofrece cortos y películas cubanas en su programación, sin consultar previamente a sus productores y sin pagar en la mayoría de los casos, a los realizadores cubanos los copyright establecidos por resoluciones y acuerdos desde hace años. Las instituciones oficiales colocan en las universidades y centros de información pertenecientes a organizaciones escolares o juveniles, cientos de filmes cubanos, para que sean descargados sin ninguna objeción por todos los interesados, una noble acción, pero que no fue consultada a los cineastas. Desde hace 15 años vienen proliferando en la isla todo tipo de productoras independientes que aunque no tienen un amparo legal, el Estado las tolera.

Lo que vendrá

Las relaciones con Estados Unidos cambiaran de una forma u otra a toda la sociedad cubana. Veremos radicales transformaciones en múltiples órdenes, siendo el territorio cultural uno de los que sufrirá mayor impacto. Inevitablemente, el país deberá potenciar la generación de materiales audiovisuales de factura propia, algo que debe ir acompañado de una mayor libertad temática, estilística y expresiva. Urge la necesidad de crear fondos que fomenten la realización de filmes y proyectos sostenibles que estimulen al talento nacional.

Pero no basta con producir, sino también, que deben nuestras obras ser lo suficientemente competitivas que les permita insertarse en los canales de distribución y consumo audiovisual del planeta. Habrá que invertir en tecnología, infraestructura y abrirse a la inversión foránea en estos campos. Alguien pudiera decir que tales oportunidades ya existen, pero no vale con nombrarlas sino que también deben hacerse posible, levantando el excesivo control sobre los medios y la información, que solo genera desconfianza y estancamiento. Debe acabar de comprenderse que vivimos en una era extraordinariamente marcada y dependiente de las nuevas tecnologías, un mundo globalizado e interconectado que se mueve en otras dimensiones y plataformas, una realidad, que ha transformado las relaciones del poder con los ciudadanos, los medios y el arte.

No es casual que los realizadores cubanos lleven tiempo promoviendo un debate serio con los directivos del país sobre el tema del cine y los medios. Cien de ellos se reunieron espontáneamente hace dos años e iniciaron un proceso de diálogo y propuestas concretas para articular cambios en la industria. El eje de toda la cuestión estaría en la formulación de una nueva Ley de Cine, un aparato jurídico inclusivo que esté a la altura de los nuevos tiempos. Una nueva visión de todo ese entramado que incluya no solo la producción de películas sino también su distribución y exhibición. Debe recordarse que en Cuba, no existe tal ley, solo la que en 1959, permitió la creación de una institución, el ICAIC, pero que hoy se ha visto superada por las dinámicas creativas contemporáneas, donde el cine alternativo tiene enorme protagonismo a lo largo y ancho de la isla.

Preguntas infinitas

La inversión en nuevas tecnologías e infraestructura tendrá que ser colosal y se sabe que el Estado cubano no posee tales recursos financieros, por tanto no le queda otra, que establecer alianzas y generar un clima beneficioso y legal que genere confianza en los inversionistas. ¿Cómo pudiera revertirse el calamitoso estado actual de nuestras salas de cine? ¿Qué será de la programación televisiva cuando no puedan trasmitirse tantos espacios y materiales de procedencia extranjera sin pagar los derechos? ¿Qué pasará con las computadoras, sistemas operativos y software pirateados, cuando Microsoft, Yahoo, Google, Apple, Viacom, Amazon y otros, decidan establecer oficinas y negocios en el país? ¿Cómo pudiera crearse un clima de confianza entre ambas naciones sin la firma de acuerdos en estos aspectos? Ante una posible regulación en materia de derechos de autor y propiedad intelectual entre Cuba y EEUU, ¿cómo se articularán los beneficios por la difusión y explotación comercial de la obra de nuestros músicos y artistas audiovisuales? ¿Cómo puede potenciarse el talento joven del país, ahora necesitado de generar contenidos, si la principal escuela de formación audiovisual carece de tecnología y algunas de sus aulas se derrumban? Si la Universal o Disney quisieran restaurar o levantar nuevas salas de cine en Cuba, costeando todos los gastos a cambio de una cuota en pantalla para sus producciones, ¿les seria permitido? ¿Podrán los emigrados cubanos invertir en la apertura de canales televisivos, colaborar con productoras independientes legalizadas o sugerir contenidos audiovisuales para el país? ¿Podrán hacerlo los norteamericanos?

Mientras se responden esas y otras preguntas. Mientras Netflix y nuevas compañías desbrozan el camino hacia una integración de Cuba con el mundo de la informatización, mientras llega la internet y la banda ancha a nuestros hogares, mientras la burocracia nacional se pone de acuerdo en cómo responder a las nuevas realidades de un mundo complejo, pero que se mueve a la velocidad de la luz, los habitantes de la isla, seguirán “luchando”, apelando y disfrutando de la piratería, la innovación, la adaptación y por supuesto… el PaquetFlix.

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Cómo acabar de una vez y por todas con “El Paquete”

Recientemente asistí al Foro sobre el gusto y el consumo audiovisual en Cuba, organizado entre otros, por la UNEAC y la AHS en el Pabellón Cuba.

Aunque para la prensa y televisión, el único que habló fue Abel Prieto, muchos y bien serios fueron los criterios emitidos por otros especialistas e investigadores sociales, presentes en el evento. Preocupados por el impacto cultural y la extraordinaria expansión que ha tenido en apenas dos años el llamado “Paquete de la Semana”, los expertos expusieron sus puntos de vista sobre la circulación alternativa y los contenidos de estos productos de la industria cultural, que son consumidos de manera cada vez más amplia por toda la Isla.

Se habló de videojuegos, de cine cubano, de televisión, de la crítica en los medios, de internet, de la censura, las nuevas tecnologías, proyectos comunitarios, de la enseñanza artística, de políticas culturales, crisis de valores, del Paquete semanal y de su contraparte oficial, nombrada Mi mochila. En esencia, el debate expuso dos posiciones: una, aboga por no dejar en manos “invisibles” la propagación de estos contenidos audiovisuales y en tal sentido, si no puede destruirse “El Paquete”, lo mejor será contaminarlo con productos “acordes con los principios de nuestra política cultural”, que no puede ser entregada a las veleidades del mercado y el pragmatismo comercial. Resumiendo, no se puede ser ingenuos, pues…de buenas intenciones está hecho el camino del infierno.

Del otro lado, se plantea que gracias a las nuevas tecnologías y la multiplicidad de discursos culturales y artísticos, vivimos en un mundo donde el control centralizado y unívoco de la cultura ha dejado de tener sentido. Los primeros estiman que tiene que existir una fuerza mediadora en esos procesos, es decir, un crítico, un especialista, un moderador, una institución que emita su voz de alerta a las masas, para que no consuman ciertos productos de contenidos “perversos”. Para los otros, el arte y toda su producción, tienen que tener una libre circulación. Cada cual disfruta y consume lo que desee y ese mediador solo tiene sentido si aparece después de la obra, interactuando con los receptores, en un diálogo de iguales, intentando desentrañar “los misterios o las trampas” del producto. Unos, ven al demonio por todas partes y otros… también, pero se divierten con él.

Como quiera que abordar cada asunto desde todas las aristas requeriría mil páginas y una emisión del Paquete, me limitaré a compartir un grupo de observaciones o sugerencias:

1. Desconozco quién o quiénes son los autores materiales del Paquete. Hay todo tipo de “leyendas urbanas” sobre su origen y ¿siniestros? objetivos. Sin embargo, de manera simbólica, el Paquete es la respuesta popular a décadas de férreo control institucional o estatal sobre nuestros medios. Un signo del hastío con el que los espectadores cubanos reciben ya todo ese discurso oficial, saturado de palabras y promesas que le llegan a través de la prensa o la televisión. Prensa y televisión que van por un lado, mientras la vida real anda por otro. El Paquete o similares son ideales para “desconectar” de nuestros dramas cotidianos, una ventana abierta a otras prácticas culturales, otras formas de entender y percibir la sociedad, la información, el ocio y el entretenimiento. Son, en definitiva, nuestra Internet, nuestra conexión con el mundo.

2. Desde que nacemos estamos rodeados de imágenes. Ellas conforman nuestro ser, nuestra conciencia, memorias y pensamientos. En un mundo que legitima las apariencias y no las esencias, donde importa más la superficie de las cosas que las cosas mismas, lo virtual que lo material, es irresponsable no incluir en nuestras escuelas materias relacionadas con la Apreciación Audiovisual, el disfrute del Arte y las nuevas tecnologías. Si se quiere generar una conciencia crítica, un ser capaz de ir más allá de lo que ve, de disfrutar y también juzgar, hay que acabar de reconfigurar todo nuestro sistema de educación para que haga crecer a individuos con valores espirituales y humanistas, pero no para encerrarse en un castillo, sino para dialogar con el mundo. La escuela debe ser un espacio para el aprendizaje, pero también para la diversión. No un edificio que propague retórica, sacrificio, dogmas y aburrimiento que terminan por deformar a los alumnos y enajenarlos de su entorno.

3. El ocio, el entretenimiento o el placer no son prácticas espurias en la conducta humana. La felicidad y la diversión no pueden estar apartadas del proyecto social cubano. El melodrama forma parte de nuestras vidas y también la frivolidad, la fantasía y la imaginación. Nadie tiene el derecho, en nombre de ninguna ideología o fuerza, de escindir, controlar o supervisar las “dosis” de placer que les corresponden a los cubanos. Toda cultura tiene sus grandes hombres y mujeres, sus obras trascendentes y sus mitos, su Historia y su poesía. En ello va su identidad como nación. Pero esa es una jerarquía que debemos saber reconocer con el tiempo, no a través de una imposición, un prejuicio o un dogma. Los productos audiovisuales de circulación alternativa colocan delante de nuestros ojos infinidad de artistas, filmes, juegos, libros, series y programas de TV ¿Debemos juzgar negativamente a alguien porque conozca toda la discografía de Lady Gaga y ningún tema de Silvio Rodríguez? ¿Deben todos los cubanos considerar a Carpentier o Lezama como sus autores de cabecera? ¿Es menos legítima la risa que proporciona un show de Alexis Valdés que la que genera Antolín el Pichón? ¿Alguien que en un juego de video mate a rusos o árabes por decenas, debe ser considerado digno de un manicomio? Y hablando de juegos. Hace treinta años ¿acaso era más noble jugar a los pistoleros y “matar” a nuestros amiguitos del barrio?

4. Como una letanía escuchamos una y otra vez hablar del pasado. Recuentos, memorias, historias de lo que fuimos, visitas a una época, que cuando conviene se añora o idealiza, cuando no, se sataniza. A los jóvenes se les habla todo el tiempo en pasado, imponiéndoles un discurso que legitima una época o una gesta que no es la suya. Hombres y sucesos construidos desde una perspectiva épica y encartonada, donde no existen contradicciones, dudas, ni sombras. Agotados por esa retórica insustancial que discurre (y se escurre) durante sus años de estudio, muchos de nuestros jóvenes crecen con vagas referencias, sin mitos y sin leyendas. Tienen muchos héroes verdaderos, pero muy pocos, o ninguno, que los haga amar, soñar o fantasear. No debe entonces extrañarnos que aunque les enseñen a “ser como el Che” tengan en sus computadoras o celulares las imágenes de sus ídolos, que se llaman Lobezno o Naruto

5. La tecnología ha llegado para quedarse. Hay que entender que los ciudadanos tienen hoy en día múltiples formas de acceder y disfrutar de la cultura y esas formas no pasan solamente por el diseño de un modelo centralizado o estructurado desde una instancia de poder único. Los espectadores tienen hoy una mayor plataforma donde elegir y determinar cómo emplean su ocio o tiempo. También escogen a sus amistades, seres muchas veces virtuales con los que comparten juegos, sueños y aficiones. Ya hay más móviles en Cuba que teléfonos fijos, y en poco tiempo dispondremos de más computadoras domésticas que televisores. Cada dispositivo brinda un mundo de posibilidades para el entretenimiento, la vida, el desarrollo profesional y la comunicación. Por tanto, el concepto que debe atenderse es el concepto de la Coexistencia. No se trata de imponer o estigmatizar los nuevos medios, soportes y tecnologías, se trata de entender que las opciones se han multiplicado, que hay nuevas y diferentes formas de consumo, nuevos espectadores y nuevas voces que están emitiendo los discursos culturales.

6. Donde quiera que exista un vacío, una necesidad o expectativa insatisfecha, será un espacio, llenado, ocupado por otros que pueden ser, y no, “nuestros enemigos”. Ocultar una información, censurar una obra, es hoy tarea de necios. Mientras más empeño pongas en ocultar algo a la luz pública, mayor interés despertarás en los espectadores por consumirla. El “Paquete” se renueva cada semana con cientos de gigabytes de informaciones, textos y filmes que provienen, por cierto, de todo el planeta. Una película que no se exhiba en nuestras salas, una noticia no tratada por la prensa, un suceso de gran impacto social pero aun oculto en los medios oficiales, un espectáculo deportivo no trasmitido porque en él participan cubanos que decidieron marcharse, nutren los Paquetes audiovisuales. La curiosidad, el interés, el morbo y la necesidad de mantenerse al ritmo del tiempo es algo natural en los seres humanos. Si nuestros ideólogos no lo entienden ¡allá ellos!, lo veremos en el Paquete!!!

7. Una y otra vez escuchamos decir que la vulgaridad y la chabacanería se han instalado en nuestra isla. Las conductas marginales, la indisciplina social y sálvese quien pueda se han convertido en preocupaciones de todos. Hacer referencias una y otra vez al mal gusto de la población, los jóvenes o ciertos grupos sociales, nos impide ver las verdaderas causas de los problemas. Para resolverlos debemos empezar aceptando que son producto de la propia Revolución, pues esos jóvenes, “descarriados”, esa población con “mal gusto”, está compuesta en un 70 % de personas nacidas bajo el sistema socialista. No llegaron de otro planeta, no fueron implantados en nuestro país desde el exterior. Lo que somos, para bien o mal, será resultado de nuestros procesos y no hay que culpar ni al bloqueo, ni a los rezagos del pasado y mucho menos a los productos audiovisuales.

8. Meses atrás las autoridades culturales y los representantes de organizaciones juveniles se reunieron para idear un proyecto institucional que le hiciera competencia o al menos sirviera de alternativa oficial al Paquete. Surgió así Mi mochila. La idea era situar en los Joven Club de Computación y otros espacios, unos 300 gigabytes de materiales audiovisuales, mayormente de procedencia nacional, seleccionados por su calidad artística y estética. ¿Cuántas personas saben que este proyecto existe? Tan pocas, que para asombro de muchos de los presentes en el Foro del Pabellón Cuba, ni siquiera los altos funcionarios de la cultura allí presentes estaban claros de su existencia. Y ¿no se supone que haya partido justamente de ellos esta iniciativa? Otro detalle: de los 300 Gb solo se habían podido llenar poco más de cien, y….con materiales extranjeros pues las instituciones cubanas (ICRT, ICAIC) no habían aportado las obras audiovisuales comprometidas. Resumiendo ¿qué competencia real puede hacerle Mi mochila al Paquete y otras formas de distribución alternativas, cuando la burocracia y el inmovilismo entorpecen loables iniciativas? Y ¿si uno de los atractivos del Paquete es su renovación semanal, qué puede ofrecer de seductor Mi mochila? Los distribuidores del Paquete se mueven por toda la isla a la velocidad del sonido. Desde luego, perciben una ganancia por ello. ¿Podrá Mi mochila hacer lo mismo? Hasta el momento solo ofrece un servicio “de oficina”, y por cierto muchos de los Jóvenes Clubes de Computación están cerrados.

9. El Paquete surge como plataforma ideal para que los nuevos empresarios privados cubanos promocionen sus servicios. Aprovechando la penetración social que tiene el dispositivo semanal, se observa, cada vez con mayor sistematicidad, anuncios y ofertas de sitios administrados por cuentapropistas. Existen incluso revistas y videos promocionales de factura nacional que solo circulan en esta plataforma. Curiosamente, el Estado no les ha permitido a los particulares ni promoverse en los espacios públicos, ni en los medios oficiales, perdiendo con ello la posibilidad de generar ingresos, que bien le vendrían a nuestra prensa o televisión para mejorar sus instalaciones. Nuevamente, donde el Estado se muestra obtuso, la iniciativa popular se expande a sus anchas.

10. Hace casi tres años surgió otro proyecto institucional bajo el nombre de Plan de Fomento a la Cultura. Aun no existía El Paquete pero ya los materiales audiovisuales circulaban por todo el país en memorias flash y discos duros. El Plan pretendía recuperar las salas de cine, los talleres y cursos de apreciación audiovisual, el trabajo comunitario en la enseñanza artística, las salas de video, los espacios de debate, el cineclubismo y la crítica en los medios. Con ese fin se copiaron películas y documentales clásicos de la Historia del Cine, que fueron situados en servidores de algunas universidades e instalaciones de la AHS. Paradójicamente, la única escuela de cine que hay en el país (la FAMCA) nunca recibió esta valiosa selección.

Muy poco ha avanzado este proyecto que como el de Mi mochila se ve afectado por la falta de sinergia y de compromiso real de las instituciones. Puede que mañana no exista el Paquete, substituido o superado por otro sistema o modelo de circulación y consumo alternativo. La necesidad humana de conocer y de acceder a las múltiples imágenes de este mundo ya sea para su conocimiento o placer, resulta un proceso indetenible.

La preocupación del Estado por la avalancha de estos productos es legítima desde una perspectiva cultural e identitaria. Pero para que esa resistencia cultural tenga algún sentido, deberán extirparse todas las rémoras de control ideológico, intolerancia y prejuicios que rodean las acciones artísticas. Superar los miedos al verdadero debate sobre los asuntos que preocupan a todos, sanear la economía y con ello mejorar la calidad de vida de los ciudadanos, abrirse a las nuevas realidades, discusiones, interpretaciones, redes sociales y dinámicas que mueven el mundo.

Ese pudiera ser el camino, que tendría, en el centro de todo, la educación ciudadana, clave de ese urgente proceso de transformación nacional y fortalecimiento cultural.

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