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Este artículo fue publicado en el año 2001, al cumplirse diez años del estreno del filme «Alicia en el pueblo de Maravillas», del fallecido director de cine cubano Daniel Días Torres, en el que Eduardo del Llano fue parte del equipo de guionistas y, posteriormente, colaborador habitual de Daniel.

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El jueves 13 de junio de 1991 se estrenó Alicia en el pueblo de Maravillas en las salas habaneras. Era el tercer largometraje de Daniel Díaz Torres, y en los créditos, el guión se atribuye al grupo NOS–Y–OTROS y al propio Daniel, con la colaboración de Jesús Díaz.

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Yo dirigía, de facto, NOS–Y–OTROS. Para mí, como para la gente que sigue procedimientos para adelgazar o se hace un trasplante de cabello, Alicia… marcó un antes y un después. Fue mi primera incursión en el cine, y faltó poco para que fuera la última. Me encantaría decir que voy a contar «la verdadera historia» o «lo que usted no se atrevió a preguntar acerca de», pero mi natural modestia se subleva. Así que simplemente contaré lo que recuerdo.

José León Díaz, Aldo Busto Hernández y yo fundamos NOS–Y–OTROS el 10 de junio de 1982. Todos estudiábamos el segundo año; León, de Periodismo, Aldo, de Información Científico–Técnica y Bibliotecología, y yo, de Historia del Arte; por entonces, todo eso cabía en la Facultad de Artes y Letras.

Nos habíamos hecho socios e intercambiado relatos y poemas en el sano ambiente de relajación espiritual que proveía la Cátedra de Estudios Militares, los jueves, cuando los varones de la Facultad iban por un lado y las muchachas por otro, a desarmar akaemes y abrir huecos. En diciembre entró Luis Felipe Calvo Bolaños, que estudiaba Arte en mi año, en mi grupo, y fuimos cuatro por la gracia de Dios.

Durante un buen tiempo nos dedicamos básicamente a fantasear con que éramos un ismo, a escribir toneladas de cuentos breves y a oír cassettes viejos. En 1985, un estudiante de Periodismo un año más joven que nosotros, Alexis Triana, nos instó a publicar algunos cuentos en Alma Mater. De ahí en adelante empezamos a aparecer en todas partes, exceptuando el Granma. Fue por esa época también que empezamos a actuar en el Guiñol, en las peñas de la Teatrova, junto a Santiago Feliú, Carlos Varela, Gerardo Alfonso, Frank Delgado. Y que reclutamos nuevos y mejores actores para el grupo, como Octavio Rodríguez (a quien regalamos el personaje de Churrisco) y Orlando Cruzata… Pero esa es otra historia, y será contada en otra ocasión.

En septiembre de 1987, un personaje que se llama Alexis Núñez Oliva, dizque humorista, y los cuatro del grupo fuimos citados a una reunión en el ICAIC. Daniel Díaz Torres había leído en el DDT (sí, también son sus iniciales, miren eso) un cuento de NOS–Y–OTROS titulado “Usted es un hombre feliz”, en que un tipo empezaba a recibir anónimos elogiosos que lo llevaban casi a la locura; también leyó algún cuento de Alexis. El caso es que nos llamó para explorar cuán dotados estábamos para el noble oficio de guionistas. Durante unos días nos vimos, hablamos, funcionaron las químicas… y Alexis salió del juego. Luego Alexis hizo otras cosas en la televisión cubana. Ahora las manda a hacer en la televisión mejicana.

Originalmente Daniel nos propuso escribir un guión con tres historias cerradas, con un tema o un tono común, al estilo de esas comedias italianas de los setenta. La adaptación de Usted es un hombre feliz, en que el receptor de los anónimos se convirtió en un funcionario, sería la primera; una historia suya acerca de un trabajador ejemplar, chofer de un camión de quesos y jamones que un día se sale levemente de la legalidad y luego no puede regresar, clasificaba como segunda… faltaba otra. Nos dijo que pensáramos. Pensamos que bueno, si había un obrero y un funcionario, por puro equilibrio demográfico el protagonista de la tercera debería ser mujer y estudiante. Ahí nació Alicia…

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Después de unas cuantas reuniones, broncas y borradores, fue evidente que la historia de Alicia… era lo suficientemente atractiva y elástica como para engullir a las otras dos. Claro, si se trataba de una recién graduada que va a un pueblecito improbable del interior, en que todo el mundo está tronado, nada más natural que algunos de esos tronados contaran sus historias… La primera versión completa del guión ya estaba configurada de esa manera. Para llegar ahí, en verdad, Daniel tuvo una extraordinaria paciencia con nosotros. Aprendimos sobre la marcha a construir las escenas, a encontrar el tono, a aceptar que una comedia no es una acumulación de chistes. Descubrimos también que escribir narrativa es una cosa, y escribir guiones otra bien distinta. A fines de 1988 ya íbamos por una tercera, cuarta o quinta versión del texto, y Daniel decidió que valía la pena enviarlo al concurso de guiones inéditos en el Festival de Cine Latinoamericano. No ganamos, pero supimos luego que fue uno de los cinco finalistas. Recuerdo que aquello me estimuló más que nada hasta entonces.

Aunque en la versión final hay ideas de todos, o casi todos (la idea de la carrera de orientación en el tercer acto de la película, por ejemplo, fue de Aldo; la de las transparencias listadas para colorear la imagen televisiva, de León) pronto resultó evidente que los cuatro no teníamos la misma paciencia, la misma confianza o el mismo talento. Lo cierto es que yo trabajaba entonces en la Dirección de Aficionados del Ministerio de Cultura, tenía mucho tiempo libre, y lo empleaba escribiendo infinitas variantes de cada escena; los demás me dejaron hacer, se fueron apartando, y ya a comienzos del 89 solo yo trabajaba con Daniel. Así fue.

Jesús Díaz es capítulo aparte. Las últimas versiones de guión tenían unas ciento treinta cuartillas; eso significa más de dos horas en pantalla. Daniel habló con Jesús para que nos tirara un cabo recortando aquí, sintetizando allá, recolocando esto o aquello. Gracias a él, y a sus ideas, logramos bajar a poco más de cien cuartillas sólidas. Esa fue su contribución; fue importante, pero lo que se llama escribir, apenas si escribió unas líneas. Que no invente ahora.

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Una de las leyendas que se tejió después sobre la película fue que el proyecto fue semiclandestino, que le escondimos la bola a la dirección del ICAIC. Eso revela una gran ingenuidad; dudo mucho que allí se pueda esconder bola alguna. Cuando el mecanismo de producción echó a andar, a fines del 89, se trataba de una película más, y nada más. Una película que algunos vaticinaron sería exitosa y polémica, pero que nadie imaginó se convirtiera en… lo que se convirtió.

Ciertamente, el mundo era una cosa en 1987, 88 e incluso 89, y algo muy distinto en 1991. Eso puede y debe entenderse.

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Un día Daniel me llamó para discutir el asunto de los créditos. Aunque él y yo habíamos terminado escribiéndolo todo, acordamos que apareciera el nombre del grupo y no el mío; los NOS–Y–OTROS estábamos en un buen momento, nos habían aprobado un par de libros, actuábamos en el teatro Karl Marx, en el programa Joven Joven, y una película en el currículum era algo que ningún grupo tenía. Pero, sobre todo, pensamos que era justo: cada uno había dado lo que pudo en una aventura que fue de todos. Con los seiscientos y pico de pesos que nos pagaron a cada uno –una fortuna a fines de los ochenta– fuimos esa misma tarde Aldo, Felipe y yo a los Siete Mares (León, aunque también cobró, prefirió celebrar por su cuenta) y comimos todo lo que se puede comer antes de que llegue la ambulancia. Corrió el vino, probamos las ancas de rana y el pulpo… nos costó unos cuarenta pesos por cabeza. Teníamos veintiséis años y habíamos escrito una película; de ahí a la conquista del mundo no faltaba mucho… Si bien NOS–Y–OTROS se disolvió mucho después, en junio de 1997, esa comida (¿lezamiana?) fue uno de los grandes momentos de su almita colectiva.

En los primeros meses de 1990 terminó la filmación. Los guionistas por lo habitual no asisten al rodaje, por dos buenas razones: primera, que a los directores los pone nerviosos verlos por allí; segunda, que una filmación en la que no tienes nada que hacer es lo más aburrido del mundo. Los que trabajan, trabajan; pero los que no trabajan tienen la impresión de que allí no pasa nada. Y todavía hay una tercera razón: que un guionista no avisado puede tener un infarto al ver cómo cambiaron este bocadillo o recortaron esta escena.

Otra leyenda: en ciertas locaciones escogidas (la papelera de Puentes Grandes, por ejemplo) se engañó a honrados funcionarios, no se les dijo lo que se pretendía filmar. Figúrense si cada administrador de un almacén o una cafetería tuviera que leerse el guión entero y dar su nihil obstat. Esas gestiones se hacen previamente, y leen el guión solo aquellos que tienen que leérselo. Y aún así son demasiados.

Recuerdo a Albertico Pujol marcando detrás de mí en la cola de los embutidos de Centro (para la grey infantil, Centro fue un supermercado excepcional por muchas razones, que con el tiempo sufrió el milagro inverso al de Cristo cuando multiplicó los panes y los peces) y diciéndome que el rodaje había terminado, y que las filmaciones en San Diego de los Baños y Canasí habían sido un vacilón. Solo quedaba esperar que el material fuera editado, que Frank Delgado grabara la música, que se mezclara todo. Avanzó el año. En diciembre del 90, Daniel aún no contaba con una copia de Alicia en 35 mm, solo con una en video. Así, la película no concursó en el festival, pero se hizo una presentación especial para algunos críticos, delegados extranjeros y cineastas nacionales. Causó muy buena impresión. Ahí mismo la invitaron al próximo Festival de Berlín, en febrero del 91, y casi todo el mundo salió hablando bien.

Pero como dije antes, el mundo era otro en 1991. Y Cuba también. Ya saben, los cambios en Europa del Este, el recrudecimiento del bloqueo y de la lucha ideológica, el período especial asomando la nariz… Aunque no participó en la competencia principal (son contadísimas las películas cubanas que lo logran) Alicia… obtuvo un par de premios en la Berlinale. Los primeros cables de los periodistas cubanos desde allá fueron jubilosos. El público europeo se sorprendía al ver que una película así era posible en Cuba.

Otra leyenda: de alguna manera circuló en La Habana un cassette con uno de los cortes o montajes intermedios de la película. Faltaba la música, y muchos diálogos eran mera referencia que aún no se había regrabado… y había algunas escenas de más, que luego no se vieron en el cine. Mucha gente pensó que fueron censuradas. En realidad, las cortó Daniel como parte del proceso normal de montaje, antes de arribar a la copia máster. Siempre hay escenas que se van en la mesa de edición.

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De febrero a junio ocurrió todo. Es difícil olvidarlo. Y además, no podemos darnos el lujo de olvidarlo. El fantasma de una película subversiva, irreverente y contrarrevolucionaria nació, creció, se desarrolló, y desgraciadamente no murió. Cuando finalmente fue estrenada, el 13 de junio, la opinión de los receptores ya estaba condicionada. La gente iba a interpretar como subversivo cada fotograma, a buscar las lecturas posibles y buena parte de las imposibles. Los cines se llenaron de públicos raros y tensos que estudiaban de reojo el aplauso, la risa, la menor sonrisita guanaja. Cuatro días después, el sueño terminó. El lunes 17 los cines exhibían nuevos estrenos (en el circuito del Yara, por cierto, fue Alien II. Parece que esa sí era una película políticamente correcta).

Los periódicos la emprendieron con nosotros. Granma, JR, Trabajadores, Tribuna, Bohemia, publicaron artículos con títulos como “La suspicacia del rebaño” y “Alicia: un festín para los rajados”, donde nos llamaron contrarrevolucionarios y flojos, e incluso, con no poca vesania tropológica, larvas coleteantes en el pantano del oportunismo. Algún crítico y muchos cineastas defendieron la película; por lo menos, su derecho a existir. Los NOS–Y–OTROS escribimos una carta a cierta oficina del Comité Central que no fue contestada. No pudimos replicar. No pudimos conversar.

Es gracioso lo que ha hecho el tiempo con aquellos periodistas. Alguno cayó en la oscuridad, alguno sigue en la grisura; como ocurre a menudo, alguno o alguna de los más furibundos emigró alegremente un tiempo más tarde.

Por otra parte, aunque hubo alguna que otra felonía a pequeña escala, y rumores, y vivimos un tiempo esperando nuestra inminente conversión en personajes de Maravillas, en tronados sempiternos, es justo decir que ni los actores, ni Daniel, ni yo, que era entonces profesor en la Facultad de Artes y Letras, tuvimos problemas laborales o sociales como consecuencia de Alicia… Todo el mundo siguió en lo suyo: yo en mis clases de Arte Precolombino, los actores esperando oportunidades de trabajar… Daniel hizo después un mediometraje, Quiéreme y verás, con guión de Guillermo Rodríguez Rivera. Volvimos a trabajar juntos en Kleines Tropikana, de 1997, y Hacerse el sueco, de 2000.

Daniel Díaz Torres, director de "Alicia en el pueblo de maravillas"
Daniel Díaz Torres, director de «Alicia en el pueblo de maravillas»

Han pasado muchos años. Alicia… sigue siendo una película maldita. En Cuba se ha presentado una o dos veces en todo este tiempo. Jamás ha sido exhibida en televisión. (Bueno, eso no significa mucho: casi nada del cine cubano de los noventa se ha exhibido en televisión). En las tiendas de video no se consigue. Es como si no existiera.

Pero existe, cómo no. Hace unos meses, justo el día en que se cumplieron diez años de su estreno, la vi en Austria, en una muestra retrospectiva de cine cubano en el Festival de Innsbruck. Y el público se quedó maravillado, como el primer día.

Confieso que Alicia… me gusta mucho más ahora que cuando la escribí. No se trata en absoluto de una obra perfecta: tiene momentos pueriles, cosas que no salieron bien, cosas que ahora escribiría de otro modo. Pero mantiene el encanto de una fábula vuelta a contar. Porque eso es, una fábula, no un documental sobre el socialismo en Cuba.

Cuando empezamos a trabajar con Daniel, mis amigos y yo teníamos veinticuatro años. Hay gente que piensa que llegamos solo hasta donde nos dejaron llegar. La verdad es que escribimos lo que queríamos escribir, sin limitarnos. Si no hay más en la película, es porque no queríamos que hubiera más. Nos gustó la idea de que una muchacha fogosa e idealista, recién egresada, llegara a Maravillas de Novera (anagrama de Averno, ja) un pueblecito donde todos son culpables. Un sitio donde todo es malo, pero nadie lo dice. Nos pareció audaz y divertido, porque lo hacíamos desde adentro.

A Alicia… hay gente que la detesta y gente que la adora. Abel Prieto dijo hace unos años en una entrevista que era una película sin calidad artística. Arturo Sotto viste a Pomares en Amor Vertical con una de las famosas camisas con huevos fritos, uno de las «claves» de Maravillas. Rufo Caballero la incluye dentro de las diez mejores comedias del cine cubano.

Para mí, Alicia… tuvo la suerte de los pioneros. No había nada así en el cine cubano de los ochenta. Algunos ven hoy la película y comentan «¿Y por eso armaron tanto ruido?» Bueno, sí. Adorables Mentiras y Madagascar y Fresa y Chocolate y Pon tu pensamiento en mí y La vida es Silbar brillan con luz propia, pero de alguna manera Alicia… y lo que ocurrió con ella desbrozaron un camino.

La cita de Lewis Carroll que abre la película tiene ahora una sonoridad envidiable: «Porque hay que comprender que habían comenzado a pasar cosas tan extraordinarias, que Alicia ya creía que apenas había nada en realidad imposible».

Eduardo del Llano, guionista de "Alicia en el pueblo de maravillas"
Eduardo del Llano, guionista de «Alicia en el pueblo de maravillas»

2 thoughts on “La maravillosa historia de «Alicia en el pueblo de maravillas»”

  1. No te calculamos, aquellos que te seguíamos cuales marineros a los cánticos de las sirenas. Eres desde aquel entonces arrogante, grosero y creido. Mucha cultura y poca educación. Sera, por que naciste ruso? Llevas en el ADN la insignia de la dictadura. Goza con ella y deja al tiempo labrar su camino.

    1. Totalmente de acuerdo con usted. Eduardo del Llano es otro pobre ejemplo que fue dejando a su paso el régimen de los Castros y comunistas.

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